Antes de llegar a Alaska te enamoras de Yukon

Inmersos en la Alaska Highway tocábamos tierra en el Territorio del Yukon, la provincia canadiense puerta de entrada a Alaska. Allí comenzaríamos a descubrir el enorme significado de los ríos Yukon y Klondike en la historia de ese remoto lugar del mundo. Y gracias a una casualidad viviríamos un encuentro único en nuestro viaje. 

ETAPA 3: DE WATSON LAKE A LA FRONTERA CON ALASKA

Yukon, dicho así, no dice mucho. Para nosotros, mientras vivíamos en Penticton, en una zona bastante cálida para ser Canadá, el nombre de esta provincia canadiense nos sonaba a frío, montañas y osos. Poco o nada sabíamos de su apasionante historia, pero para eso estábamos aquí. Pasamos la noche en Watson Lake, cruce de caminos entre los viajeros que usan la Alaska Highway y la Stewart-Cassiar Highway, en el camping ubicado a las afueras. Esta noche descubrimos que por mucho que leyéramos carteles nuestro miedo vencía al sentido común. Antes de ir a dormir fuimos al baño, apropiados con todas nuestras armas: el spray de osos, ojos y oídos atentos. Al primer sonido (a nosotros nos pareció un rugido, pero vete tú a saber), actuamos de la forma en que te dicen que no actúes: nos giramos y salimos como alma que lleva el diablo del bosque. Sí, ya lo sabemos. Hay que andar de espaldas al peligro (si es que lo había, igual era un mapache), no hay que huir, hay que hacer sonidos. Y no lo cumplimos. Pero estamos vivos, que es lo que importa.

El camping donde nos jugamos la vida para ir al baño...
A la mañana siguiente visita a la oficina de turismo, con wifi, que no es que nos sobrara estos días atrás, y junto a uno de los lugares icónicos de Yukon. Allí nos encontramos con un español en bicicleta. Hola, qué tal, encantados, adiós. Poco más. Por ahora. Dedicamos toda la mañana a visitar el famoso Sign Post Forest, un bosque de postes de madera lleno de señales de todas partes del mundo. Aquello comenzó como suelen comenzar muchas cosas buenas, con la morriña. La morriña de un soldado estadounidense, Carl Lindley, que en 1942 trabajaba en la construcción de la Alaska Highway y echaba de menos su pueblo, así que decidió colocar un cartel con el nombre del lugar y la distancia a la que estaba de casa: Danville, Illinois, 2835 millas. No sabía el bueno de Carl que cuando fue invitado 50 años después, en el ocaso de su vida, allí había más de 60 mil señales llegadas de todo el mundo. Había creado un punto obligado en el viaje a Alaska para miles de personas al año.


Arriba, la imagen de Lindley en sus días en Yukón; abajo, el bosque de señales de Watson Lake.
Seguimos la ruta, ya que queríamos llegar lo antes posible a Whitehorse, la principal ciudad de Yukon. El camino es pura naturaleza. El manto verde de las copas de los árboles se extiende kilómetros alrededor de la carretera, con enormes montañas nevadas en el horizonte. Hay pueblos minúsculos, lagos salpicados por el terreno y los ríos más anchos que hemos visto. Para que os hagáis una idea, la extensión de Yukon es muy parecida a la de España y la población similar a la de la ciudad de Soria. El 70% vive en Whitehorse. Kilómetros y kilómetros sin ver nada más que unas pocas casas que forman diminutos pueblos. Y a su alrededor la naturaleza salvaje.


Dos imágenes de Yukon, con lagos y ríos junto a bosques y montañas nevadas.
Llegamos a Whitehorse y fuimos directos al aparcamiento del Walmart donde pasaríamos la noche. Al llegar nos sorprende algo: hay decenas de caravanas y furgonetas en el aparcamiento, muchas más que en cualquier otro aparcamiento. Buscamos un buen lugar donde nos gusten nuestros “vecinos” y entramos al supermercado. El ambiente es casi el de un camping. Las familias hablan entre ellas, pasean a sus mascotas, van a la cafetería, comen el McDonald´s. Tenemos pensado pasar tres noches aquí, así que nos entró la curiosidad de saber si también serían así. Antes de dormir disfrutamos del Sol de Medianoche, que no es otra cosa que luz solar durante las 24 horas del día. Hay que cerrar bien las cortinas de Abedul.

Al día siguiente visita a Whitehorse, que no es que sea una gran ciudad pero tiene sus cosas. Principalmente queremos descansar de carretera y pasear tranquilamente sin pensar en que un puma te va a estar devorando 15 minutos después. Whitehorse tiene un par de calles con edificios bonitos de la fiebre del oro, una oficina de turismo enorme y bien cuidada, el río Yukon y un barco de principios de siglo, el SS Klondike. Lo visitamos gracias a nuestro Pase Anual de los Parques Nacionales de Canadá, gratis por ser el 150 aniversario del país, y aprendemos detalles curiosos sobre la fiebre del oro. Por ejemplo, que el viaje en barco desde Whitehorse a Dawson City, centro neurálgico de la búsqueda del oro, tardaba apenas un par de días (en coche son unas 7 horas), mientras que la vuelta se hacía en 5 por culpa de las corrientes. O que el billete de vuelta era 10 veces más caro para obligar a la gente a quedarse en Dawson City y repoblar aquella zona. Poco a poco nos vamos enamorando de toda la historia del oro en Yukon y aún nos quedaba lo mejor por descubrir. A la noche el aparcamiento del Walmart sigue igual de concurrido y ya reconocemos a gente de la noche anterior. Nos encanta este ambiente de viajeros tan heterogéneos y a la vez tan similares en muchas cosas.



Una imagen exterior del S.S. Klondike y dos recreaciones del interior del barco.
El siguiente día ni siquiera hicimos visita. Paseamos por la ciudad, con ritmo tranquilo, sin prisas. El día anterior comimos gratis carne de alce y salmón recién ahumado en un acto organizado por los nativos. Decidimos ir a un concierto callejero de una artista country hasta que la lluvia obliga a suspenderlo. Luego una vuelta por un pequeño mercado ecológico. Por la tarde a casa, a Abedul, a ver una serie, conectarnos a internet, seguir disfrutando del ambiente de un aparcamiento de un supermercado, que claro, dicho así, pues no suena a planazo. Pero es que nos apetece descansar un par de días. Y otra noche más, la tercera, con nuevos vecinos, con otros que repiten, con el Sol de Medianoche, con la partida de cartas de después de cenar, con el desayuno a la mañana siguiente viendo quién hay en la autocaravana de al lado. Esas pequeñas cosas.


Salmón ahumándose y carne de alce haciéndose a la brasa al estilo nativo.
Nos vamos de Whitehorse sabiendo que hay que volver a este Walmart. No es por nada, pero es que es la única carretera que hay en Yukon para entrar y salir de Alaska y, para qué engañarnos, hemos estado a gusto. Nos acercamos poco a poco a la frontera y aquellas montañas del horizonte se van haciendo más altas y su nieve más blanca. El Parque Nacional de Kluane nos regala estampas impresionantes. Cuando imaginábamos esas carreteras rodeadas de montañas y naturaleza no sabíamos que sería algo así. Hasta qué punto es salvaje Yukon que tuvimos que irnos de un camping porque había aviso de osos grizzlies y no queríamos correr el riesgo. 


Las montañas del Parque Nacional de Kluane, muy cerca de la frontera con Alaska.
Y hay osos grizzlies en la zona. Lo podemos certificar. Nada más dejar el camping condujimos un par de kilómetros, una enorme figura marrón deambulaba al lado de la carretera. Frenamos poco a poco sabiendo que era un oso, pero igual era uno negro, o un bisonte, a saber. Pero no, era un grizzly, con su color marrón y su joroba, y a su alrededor dos oseznos. ¿Cuánto estuvimos allí? ¿Media hora? Más o menos. Haciendo fotos de todas las poses. Al principio con la ventanilla del coche cerrada. Que no la abro, no vaya a venir. Ábrela, que no tendrá otra cosa que hacer el oso que venir. Y de respuesta un vale, pero con el pie en el acelerador. Y de fondo las montañas y los árboles, y el grizzli que se pone sobre dos patas, y los oseznos que asoman la cabecita por encima de las hierbas, y que no nos queremos ir. Aquello fue un regalo, una casualidad, el destino o qué sé yo. Si hubiéramos dormido en el camping dondese supone que había grizzlies posiblemente no hubiéramos visto ninguno. Y por irnos vimos a este. ¿El mejor momento del viaje hasta ahora? Pues no es cuestión de hacer listas, pero parece que sí.



"Nuestro" oso grizzly y el paisaje que le rodea.
Hicimos noche a unos cuantos kilómetros de la frontera con Alaska. En la oficina de turismo de Whitehorse nos hicimos con un pasaporte que hay que rellenar con sellos de distintos lugares de la provincia para entrar en un sorteo. Y a nosotros, que nos encanta un concurso y un reto, íbamos parando para sellar donde tocara. Todo es una sensación extraña, casi olvidada con el paso del tiempo. Una mezcla de la ilusión de un niño, las ganas de aprender, un cierto miedo y la expectación de no saber qué será lo que te espera al día siguiente. Aunque en concreto este día sí que lo sabíamos. Íbamos a cruzar la frontera con Alaska, donde nos darían una noticia que nos haría cambiar la ruta.

Puedes leer todas nuestras entradas de este viaje en este enlace.


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2 comentarios :

  1. Me ha gustado mucho la entrada :) gracias por compartir. Le tengo yo muchas ganas a Alaska :D Nosotros estuvimos en Canadá también en septiembre 2017 y visitamos el valle de Bella Coola para ver grizzlis pescando salmones, sin duda nos fascinó el lugar ¿lo conocéis? a nosotros nos enamoró y nos quedamos con ganas de más Canadá salvaje :D . Un abrazo y que el 2018 venga repleto de Salud y viajes!!

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    1. ¡Muchas gracias por tu comentario! Alaska y Canadá nos enamoraron, son dos lugares que si amas la naturaleza y los animales tienes que ir sí o sí. Bella Coola no lo conocemos, pero parece precioso también. ¡Es que Canadá es maravillosa! ¡Muchas gracias y que tengáis un feliz 2018!

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