Ruta por la Isla Sur: el golpe de Queenstown

Tras visitar la zona de los glaciares Franz Josef y Fox y abandonar definitivamente la West Coast, nuestro recorrido nos detenía en el interior de los Alpes neozelandeses. La ruta por la Isla Sur no estaría completa si no hiciéramos la obligada visita a lo que muchos se han atrevido a bautizar como "la Octava Maravilla del Mundo", el Milford Sound, previo paso por Queenstown.

DÍA 16 DE ABRIL: DE WANAKA A QUEENSTOWN

La ciudad de Wanaka evoca tranquilidad. Pequeña y rodeada de montañas, a los pies del lago, aquella mañana la dedicamos a visitarla con la luz del sol, que aquel día brillaba y calentaba más de lo que esperábamos. Nuestra idea inicial era realizar alguna ruta para caminar, pero la mayoria superaban las dos horas, se encontraban a casi una hora de la ciudad y la dificultad en ocasiones era alta. 

El lago Wanaka
Aquella noche tendríamos que dormir en Queenstown para seguir con el itinerario previsto, así que descartamos esa idea (cuenta pendiente) y aprovechamos para pasar junto al lago y tomar una buena ducha caliente en la gasolinera Caltex a la entrada del pueblo (el precio es de 1 NZD por minuto y se puede compartir). Gracias a este método de duchas limitadas te das cuenta del gasto de agua inútil que solemos hacer cada vez que nos duchamos en casa. Dos minutos da para una buena ducha. Dejábamos atras Wanaka hacia Queenstown. Existen dos opciones: una, más larga y más sencilla por la SH6 pasando por Cromwell; otra, más tortuosa y más bella pasando por Cardrona y atravesando el Crown Range. Ni falta hace decir cuál elegimos.

En el camino hacia Cardrona se encuentra una curiosa estampa: numerosos sujetadores cuelgan de una valla al pie de la carretera. La escena responde a una iniciativa de la Asociacion neozelandesa de Cáncer de Mama y se hace llamar Bradrona (bra significa sujetador). Muchas mujeres que han superado la enfermedad dejan aquí sus sujetadores en apoyo a todas las que aún estan luchando contra el cáncer.

La iniciativa Bradrona
Toda esta zona de la isla vivió en el segundo tercio del siglo XIX la "fiebre del oro" neozelandesa. Miles de buscadores de Europa y América vinieron a esta parte del mundo queriendo enriquecerse gracias a los yacimientos de oro. Esto ha dejado una estampa muy parecida a las películas del viejo oeste americano. Pequeños pueblos como Cardrona reflejan muy bien este hecho. En un valle rodeado de altas montañas, el pueblo albergó en su tiempo un importante hotel donde se hospedaban los buscadores y visitantes en su camino hacia Queenstown. Hoy día se conserva el hotel, que además hace las veces de restaurante, todo decorado en madera, con musica en directo y un agradable patio trasero. Orgullosos de su pasado, el pueblo aún guarda restos de edificios de aquella época.


Edificios de estilo minero en Cardrona
Tras Cardrona comienza el paso del Crown Range. Unos días antes de que llegáramos había caído una nevada abundante que incluso cogió de sorpresa a todo el mundo. Gracias a ello nuestro paso por esta carretera, la que se encuentra a más altura de todo el país (1.076 metros en su punto más alto), fue más bella de lo esperado. El recorrido es más suave en dirección Queenstown que en dirección Wanaka, así que nos tocó bajar por una carretera empinadísima y repleta de curvas en forma de herradura.

El punto más alto del Crown Range
Pasado el Crown Range nos volvimos a unir a la SH6 para pronto volver a desviarnos hacia Arrowtown. Junto al río Arrow, este pueblo ha querido mantener su esencia de enclave minero. Pero la realidad es que desde el primer momento que pisas la calle principal todo el encanto se viene abajo y lo sustituye un pequeño tufo a artificial. Si queda algo original de aquellas casas de hace más de un siglo no lo parece. El hecho de que esté llena de tiendas de souvenirs y turistas llegados en autobús desde Queenstown tampoco ayuda. Al final del pueblo en dirección sur-norte hay un campamento (reconstruido, claro) donde vivían los mineros chinos. Lo mejor sin duda es su entorno, más aún en esta época del año, donde el color del otoño revienta en los montes bajo los que se sitúa la ciudad.

El otoño en pleno esplendor en Arrowtown
Una vez dejado atrás Arrowtown por fin llegamos a Queenstown. Sabíamos que era la ciudad más turística de Nueva Zelanda. Su cercanía con el Milford Sound, las estaciones de esquí cercanas y la cantidad de oferta de deportes de aventuras han hecho de ésta la capital turística de Nueva Zelanda. Lo que no esperábamos era lo que encontramos al llegar. Desde la entrada por la SH6 toda la orilla del lago está llena de casas y hoteles que se elevan por la falda de los montes. Una explosión urbanística impropia de un país casi despoblado como este, más aún en esta zona de la Isla Sur. Y mucha gente nos había repetido que era la ciudad que más les había gustado del país.

Y al llegar al centro de la ciudad, un sin parar de tiendas de souvenirs, agencias de ventas de excursiones o actividades, restaurantes y bares. Por las calles sólo nos cruzábamos con mochileros o turistas, asiáticos la mayoría, y casi ningún neozelandés. Veníamos de atravesar zonas de montaña y costa y Queenstown era la primera ciudad neozelandesa que nos encontrábamos en el sur tras Christchurch. Queríamos que los padres de Ana vieran cómo era una ciudad neozelandesa, pero aquello no lo era. Un resort turístico, hecho por y para la gente de fuera, encaminada a un turismo de élite, caro, con edificios feos. Sólo se salvaba un entorno privilegiado.

Pasamos la noche en el parking sur del Rotary Club tratando de asimilar el golpe que nos había dado Queenstown.

El puerto en el lago Wakatipu, en Queenstown
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