La Alaska Highway es despertarse junto a un oso

Podríamos decir que oficialmente nuestro viaje hacia Alaska daba comienzo en Dawson Creek. Allí se encuentra el punto de inicio de la Alaska Highway, la histórica carretera que te lleva hasta “La última frontera”. Por el camino descubriríamos el significado de la soledad, no nos aburriríamos de admirar la inmensidad de los bosques canadienses y nos comenzaríamos a enamorar perdidamente de toda la gente con la que compartíamos ruta hacia el Norte.

ETAPA 2: DESDE HINTON A WATSON LAKE


Mientras viajamos tratamos de aprender. Puede sonar manido o incluso un recurso fácil: muchos lo dicen y a veces no lo hacen. En este viaje queríamos aprender tantas cosas que echando la vista atrás puede que los resultados no fueran los esperados. Salíamos de Penticton con un rumbo aproximado pero no estricto y queríamos aprender a convivir con esa incertidumbre. Dormiríamos dentro de un coche en mitad de bosques y teníamos que aprender a no tener miedo. Estaríamos más de tres meses viajando y debíamos acostumbrarnos a estar tanto tiempo sin establecernos, cada noche durmiendo en un lugar distinto. Y por supuesto queríamos aprender de los lugares que visitaríamos: su historia, su cultura, sus costumbres, su gente…

La llaman Alaska Highway y es la carretera 97, parte desde Dawson Creek y te lleva sin desvíos hasta Alaska, acabando en el pequeño pueblo de Delta Junction, ya en territorio estadounidense. Bien, esa es la teoría, lo básico. Los datos. Pero más allá de eso esta carretera esconde mucha mística. Este 2017 cumplía 75 años desde su construcción, pensada para facilitar la llegada de soldados estadounidenses a Alaska para protegerla de la amenaza japonesa durante la Segunda Guerra Mundial. Hoy día se ha convertido en ruta obligada cada verano para cientos de turistas que se aventuran a recorrer miles de kilómetros perdidos entre millones de árboles, ansiosos por cruzarse con un oso o un bisonte, visitar los determinados puntos clave y, por qué no, hacer algún amigo.

Aparcamos bajo el cartel que da inicio a la Alaska Highway para hacernos la fotografía de rigor. ¿Que es algo típico? Bueno y qué. Para nosotros ese momento era especial y marcaba el inicio de algo que llevábamos meses deseando, un plan que casi se viene abajo y en el cual ya estábamos plenamente inmersos. Observamos el paisaje humano del lugar: moteros en grupo, sonrisa al aire y botas de cuero; un matrimonio septuagenario, cumpliendo un sueño, tal vez uno de los últimos; una familia con cajas llenas de ropa y niños que revolotean… Formamos parte de ello. Nos recorre la ilusión.


Saltando de alegría al iniciar la Aslaka Highway con Abedul.
El camino desde Dawson Creek hasta el norte de la Columbia Británica es, digamos, aburrida. En Fort Saint John, un pueblo industrial, quedamos con nuestro amigo Diego, al que conocimos en Nueva Zelanda y con el que seguimos manteniendo una buena y afectuosa amistad. Gente que conoces en ruta y con los que siempre que puedes tratas de reunirte. La emoción comenzó a las afueras de Fort Nelson, un pequeño pueblo donde teníamos pensado hacer noche. Un oso negro se paseaba junto a la carretera. Era el primero que disfrutábamos, aunque no pudimos parar a hacerle fotografías. Dicen las tazas de desayuno hoy día que en la vida cada momento hay que aprovecharlo como si fuera el último. Nosotros en este viaje aplicábamos esa frase a los osos. Dormimos a la entrada del pueblo, en una zona donde había varias caravanas, después de haber preguntado a los trabajadores del Tim Hortons si podíamos dormir en su aparcamiento. Nos dijeron que sí, pero siempre preferíamos dormir donde hubiera más gente. No aprendíamos a dormir en soledad. A la mañana siguiente, antes de nada, compramos el spray de osos con la esperanza de no tener que usarlo nunca.

Un oso negro de los tantos que encuentras en la Alaska Highway
Los dos días posteriores serían días muy especiales. Paramos en Muncho Lake donde Álvaro, de El coleccionista de ciudades, había trabajado unos meses antes y visitamos el bar donde estuvo, con todo el techo lleno de gorras de todas partes del mundo, y comimos una hamburguesa bastante generosa. Pero el tema de las gorras llenas de polvo sobre nuestras cabezas, todo hay que decirlo, no transmitía excesiva higiene. No hay muchos sitios donde parar a tomar algo o estirar las piernas, así que aquí nos reuníamos muchos de los que viajábamos por la Alaska Highway. De nuevo un buen momento para estudiar a los compañeros de ruta. Hay de todo, como se suele decir, y eso nos alegra. 

La carretera pasa por un conocido lugar termal, las Liard River Hot Springs, gestionado por el gobierno de la Columbia Británica. Se puede visitar únicamente para relajarse en sus aguas o también hacer noche en el camping. Nosotros decidimos que era una buena excusa para pagar por primera vez en alojamiento y, pese a que estaba lleno, te dejaban dormir en un descampado al otro lado de la carretera. ¿Un camping con baños decentes, sombra y sin ruido de la carretera o un descampado con camiones pasando a unas decenas de metros con baños de obra por el mismo precio? Parecía un negocio fallido, pero ya veréis que no.

Vista de las termas de Liard River.
El caso es que aquella tarde la pasamos a remojo, con ese olor que odias o te encanta propio de las aguas que surgen del corazón de la Tierra. Pensábamos que había duchas y allá que fuimos hasta con el champú y el gel. Menos mal que nadie nos vio. En el agua o sentados alrededor, unas 40 personas. Conversaciones cruzadas. Algunos vienen juntos, pero otros no. “¿Habéis estado ya en Dawson City?”, preguntaba uno. “No, vamos hacia arriba”, respondía otro. Uno de Texas, otro de Indiana, otro puede que de Vancouver. Uno hombre habla con otro, que no lo esperaba y le pilla de sorpresa. Que de dónde era y el otro le decía que eran alemanes, que habían mandado la caravana en barco hasta Halifax, que les salía más barato que alquilar una para estos tres meses. Sería nuestra primera experiencia con las caravanas europeas en este viaje. Aquí todo el mundo habla, hasta con nosotros. Lo mismo, que de dónde éramos, que dónde habíamos trabajado con la visa esa, que qué lejos está España. Nos gusta este ambiente, esa curiosidad por conocerse, esa cercanía, ese algo que tenemos todos en común, aunque en nuestro día a día nunca lo hubiéramos pensado.

Ana disfrutando del agua calentita.
A la mañana siguiente nos tocó el gordo. Nos despertamos y charlábamos antes de ir al baño de obra junto al que hemos aparcado, apenas a un par de metros. Entonces Ana mira asombrada por la ventanilla y señala: “¡Mira mira!”. Un oso negro paseaba entre Abedul y el baño de obra, tranquilamente. Nos pusimos nerviosos, que si coge la cámara, limpia el cristal del coche para quitar las gotas de vaho, hazle una foto al oso, que se va alejando. Al baño estábamos a punto de ir e imaginaos abrir la puerta y encontrártelo de frente. Menudo susto. Pero no, fue todo disfrute, a cubierto, aunque sin grandes fotos para enseñar. Y qué más da, fue nuestro oso mañanero. Si no hubiéramos dormido en ese descampado no los habríamos perdido.

Nuestro oso de buena mañana, que siempre será el más especial.
Después de la excitación y el desayuno volvimos a repetir en las aguas termales, menos tiempo porque queríamos continuar en ruta y en junio el agua caliente no apetece tanto. Cómo sería estar aquí con todo nevado, nos preguntamos. Ojalá volvamos algún día, nos respondemos. Al poco de conducir una figura negra junto a la carretera. ¡Otro oso! Pero no, era un bisonte. Enorme, de figura imponente. Ese animal que llegó a estar al borde de la extinción cuando el hombre blanco se saltó el pacto histórico entre animal y nativos y los cazó sin ton ni son hasta dejar apenas unos centenares. Seguimos conduciendo y ya no hubo una figura negra, eran tres o cuatro. Y un poco más adelante ya no fueron un puñado, fueron decenas. Más de 40 bisontes tumbados al sol. Otro de esos momentos que sabes que no vas a olvidar nunca.

Un montón de bisontes echando la tarde al sol.
Esa noche llegábamos a Watson Lake, cruce de caminos y punto de entrada a una nueva provincia canadiense, el Territorio del Yukón. Nos quedaban unos días para pisar Alaska, pero antes disfrutaríamos de esta desconocida pero impresionante provincia canadiense de la que nos enamoraríamos. Y donde, en un aparcamiento de un Walmart, nos sentimos parte de una comunidad de la que no queríamos salir.

Puedes leer todas nuestras entradas de este viaje en este enlace.

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