Prioridades

Mientras limpiaba la tinta del bolígrafo que la rabia le había hecho romper en dos, su mente seguía repasando las mediciones, ideas y anhelos que llevaban semanas sin dejarle dormir. También pensaba en que tampoco podía permitirse el lujo de romper nada más. 

Era otra prueba fallida, si bien era cierto que cada semana se avanzaba en algo. Sentía que subía peldaños de una escalera, pero a un ritmo lento. O rápido, no sabía. Pero era insuficiente. La rabia, esa acumulación de impotencia e ira, la llevaba asolando desde mucho tiempo atrás, mucho antes de que todo esto cambiara su vida y el mundo tal y como todos lo habíamos conocido. Habían sido años de memorandos, informes y recomendaciones advirtiendo de lo que podría llegar, de proponer cambiar prioridades, de recibir sonrisas que escondían un rotundo no.

Ahora se les urgía a buscar la solución que nadie tenía. Se les pedía que acabaran un trabajo de años en apenas unos meses, cuando se les había dado la espalda en las protestas y las manifestaciones, cuando se les había forzado a emigrar, a buscar el dinero en otros lugares. En la ciencia sabían desde hacía lustros que la mayor de las guerras les tocaría lucharla a ellos y lo harían sin las armas ni el ejército suficiente, pero viendo cómo esas prioridades que pedían cambiar se mantenían. De las mismas bocas que les daban siempre un no por respuesta fluían soluciones disparatadas, datos erróneos, mentiras y peligrosas advertencias. Y los negacionistas seguirían ahí cuando todo esto pasara.

Terminó de lavarse las manos, se recostó sobre la silla del laboratorio y esperó la llegada de sus colegas. Había que subir un peldaño más de esa escalera de la que no conoces el final, temiendo que una vez superada esta, vendría otra arrastrando los mismos errores.

*Este relato participa en el concurso de Historias sobre nuestros héroes de Zenda.
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