
Para ir a Saint Michel desde allí tuvimos que coger un bus hacía Pontonsson (2’4€) y allí montamos en otro bus (2€) para llegar. Los conductores son muy majos, toda la gente bretona que nos encontramos fue realmente amable. Tardamos una hora o más en llegar a la hermosura del destino.
El lugar dónde se encuentra esta majestuosa abadía gótica es impresionante. Aunque ya no es lo que era. Siglos de acumulación de sedimentos en torno a la maravilla francesa de Mont Saint-Michel han propiciado que el continente se acerque más de la cuenta. De los cuatro kilómetros que mediaban hace siglos entre la tierra firme y la roca se ha pasado por el efecto del hombre y el turismo a unas decenas de metros.
Más d

Precioso, pero la masificación hace que pierda encanto, sus calles abatidas de turistas, autobuses y coches a la entrada del monte; un pueblo donde no hay población, sólo tiendas, restaurantes, museos y turistas. Para entrar en la abadía pagamos 16€ con audio guía. Lo recomiendo, las vistas que hay desde lo más alto son lo mejor. Sólo un tercio de visitantes se atreve a subir los 80 metros de altura que hay a la cima, el resto se queda atrapado en la principal calle del pueblo. En verano dicen que hay hasta 1 hora de cola para entrar en la Abadía.
Por la tarde nos fuimos a ver St Maló. Volvimos a coger un bus hacia Pontonsson (2€) y de ahí otro para la ciudad de los piratas (2’35€). Esta ciudad fortificada no es muy conocida, pero es muy bonita, muy bien restaurada y con mucho encanto. No tuvimos mucho tiempo para verla; volveremos a la Bretaña, eso sí, con coche. Por la noche cogimos otro bus hacia el albergue (1€) y pasamos una agradable cena con una catalana, contándonos experiencias de viajes en la cocina del albergue. Los únicos despiertos y cenando a las diez de la noche.
Chulo el post
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