Nuestra segunda búsqueda: un sí entre 150 emails

Después de que los padres de Ana abandonaran Nueva Zelanda tras nuestra ruta de un mes por la Isla Sur, volvíamos a la realidad de nuestro día a día. Tocaba buscar el que sería nuestro segundo trabajo en el país en una época del año donde la demanda no era tan alta como en febrero. Y decidimos utilizar la misma estrategia que a finales de enero, aunque varios cientos de kilómetros al sur.

DEL 6 AL 14 DE MAYO: CHRISTCHURCH Y ALREDEDORES

Poco después de que los padres de Ana tomaran el vuelo a casa nos pusimos de nuevo en ruta con la Delica. Nos habíamos propuesto dejarnos un día de descanso hasta comenzar la busqueda de trabajo (la noche anterior apenas habíamos dormido solicitando la Working Holiday Visa para Canadá), así que comimos en un McDonald's y nos fuimos a pasar la noche al Coes Ford. Ese sería nuestro campamento base, una extensa área gratuita donde puedes estar hasta siete noches, llena de mochileros apurando sus últimos días en el país con sus furgonetas  en venta, arreglando sus coches o simplemente pasando las horas. Un sitio de gratos recuerdos.


Al igual que tras nuestra visita a Northland nada más aterrizar en el país, decidimos establecernos en un lugar fijo para buscar trabajo y así minimizar gastos. Si en la primera ocasión lo hicimos en Taupo, esta vez sería Christchurch. Los lugares elegidos no lo son por azar. En ambos podíamos disfrutar de bibliotecas con buen wifi y cerca de donde dormíamos, además de estar bien colocados en cada una de las islas: Taupo en el centro de la norte, a medio camino entre Bay of Plenty, Hawke's Bay y Gisborne, las zonas de alta demanda de empleo en la fruta; Christchurch como la gran ciudad del sur, no demasiado lejos de Nelson, Blenheim o Central Otago, donde se suponía que en pocos días comenzaría la temporada de poda (pruning) de los viñedos.

Así el viernes nos fuimos hasta la biblioteca de Lincoln, un pequeño pueblo a sólo diez minutos al sur de la ciudad y a diez minutos al norte del Coes Ford. Desde allí nos pusimos manos a la obra con los emails. Abrimos la web del Beverage and Food de Nueva Zelanda y fuimos empresa por empresa, de cada una de las regiones, enviando correos. Las primeras respuestas fueron negativas, siempre afirmando que lo sentían mucho pero que en aquel momento no necesitaban a nadie. Ya había una diferencia con Taupo, donde en apenas una hora ya teníamos una respuesta afirmativa.


Pasamos el fin de semana entre supermercados y descanso absoluto en el Coes Ford. Fuimos a la lavandería, nos duchamos y usamos el wifi del aeropuerto de Christchurch y compramos una enorme manta polar negra para ponerle unas cortinas a la Delica, en lo que gastamos la tarde del domingo. A cuenta gotas seguían llegando negativas al buzón de correo.


El lunes continuamos con los emails de las pocas empresas que aún quedaban por enviar. Las negativas no paraban y empezábamos a ponernos un poco nerviosos. Es cierto que sólo llevábamos tres días buscando (dos de ellos fin de semana), pero queríamos atarlo todo pronto, ya que el presupuesto se acababa. A eso había que añadirle que el viernes llevamos a Delica a pasar el WOF al taller que la AA tiene en la ciudad y nos había sacado multitud de problemas, el 80% de ellos sin sentido. Más tarde nos enteramos de que los talleres de la AA eran muy exigentes. Por ello tomamos la decisión de llevarla a otro taller a por una segunda opinión, el hecho nos había dejado mal cuerpo.

También probamos por primera vez la experiencia de la busquedad “puerta a puerta”. Una fábrica de enlatado de champiñones, otra de empaquetado de fiambre, un vivero, etc. Incluso nos fuimos a informar en una empresa de trabajo temporal para la construcción. Todo eran negativas y al email ya casi no llegaban respuestas. Llegamos a enviar casi 150 emails a empresas tan distintas como viñedos, empaquetadoras de frutas, panaderías industriales o de distribución de mejillones. El lunes nos decidimos por otro taller para pasar el WOF y las noticias no fueron tan malas: salvo un fallo que no contábamos, los otros entraban dentro de lo esperado (cambiar una rueda y arreglar el interruptor de las luces y los intermitentes). El mecánico nos citaba para el miércoles para ponerlo todo a punto.


Así el martes nos acercábamos a un vivero muy escondido que descubrimos en nuestro diario camino a la ciudad o a la biblioteca. También paramos en la prestigiosa universidad agrícola de Lincoln a preguntar por una oferta para una de sus granjas. Este fue otro de los campos que explotamos más seriamente. Las granjas lecheras tienen fama de dar mucho empleo en el invierno neozelandés, con trabajos duros pero bien pagados y con muchas horas a la semana, además de alojamiento a bajo precio o incluso gratuito. Pero tampoco nos llegaba nada. Volvimos a la biblioteca a tratar de buscar más alternativas.

Y cuando menos esperas algo, sucede. Habíamos desconectado de la búsqueda intensiva y apenas mirábamos el correo cuando aquella mañana nos llegaba un email del viñedo Felton Road. Nos decía que había leído nuestro email, le parecíamos interesantes y nos quería conocer. Nos pusimos algo nerviosos y le preguntamos por las condiciones: horas a la semana, duración, salario, etc. Pero tardaba en contestar y alguno ya se empezaba a preocupar pensando en si le podría haber ofendido el email. La espera se hizo eterna hasta que volvimos a recibir un email disculpándose por la tardanza y explicándonos las condiciones. Era el unico “sí” que teníamos y la cuenta corriente daba para poco margen, así que le pedimos vernos el jueves, ya que el miércoles teníamos la cita en el mecánico y llegar a Cromwell, donde estaba el viñedo, nos llevaría varias horas.


Más tranquilos por haber recibido al menos una respuesta afirmativa (aunque nada concreto aún), llevamos a Delica al taller y esperamos varias horas hasta que todo estuvo a punto. Compramos en el Pack'N'Save (en Cromwell sólo tenían New World, un supermercado algo más caro) y nos pusimos en camino. Pasamos la noche en el lago Pukaki y la mañana del jueves 14 llegábamos a Cromwell. Gareth nos citaba sobre las 13:30 en el viñedo y fuimos puntuales. Allí conocimos a un hombre amable que trataba de explicarnos en qué consistía todo el trabajo de la poda de las vides. Nos habló (todo en un perfecto inglés, muy vocalizado) del duro invierno de Bannockburn, a unos 7 kilómetros de Cromwell, y del salario, nos llevó a todos los bloques que poseía la empresa y nos enseñó la casa en la que podríamos vivir por 75 NZD por persona a la semana. Y entonces nos preguntó si nos interesaba la oferta. Habíamos ido pensando en que sería una especie de entrevista, suponiendo que la última palabra sería suya y no nuestra, pero resultaba que aquel trabajo, de al menos 10 semanas y algo superior al salario mínimo (de 15,50 NZD la hora), era nuestro si lo queríamos. Aceptamos y firmamos el contrato que ya tenia allí preparado.

Aquella misma noche ya dormiríamos en la que iba a ser nuestra casa las próximas semanas (si todo iba bien, claro). Dimos un paseo por una ruta en el desierto de Bannockburn analizando los pros (muchos) y los contras (casi ninguno), antes de entrar a vivir en el Portacom. El trabajo no empezaría hasta diez días después, en los que decidimos descansar y hacernos a la idea de lo que tendríamos por delante: una casa sin televisión ni conexión a internet y un frío que todo el mundo nos alertaba que sería horrible.



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