Llegar a Nueva Zelanda en cinco días y sin Jet Lag (II)

En el anterior post nos habíamos quedado abandonando Europa en la segunda etapa de nuestro viaje hacia Nueva Zelanda. Toca ahora afrontar la recta final visitando cuatro países de dos continentes distintos en cuatro días.Y con cuatro cambios horarios.

13 de Enero. AMSTERDAM-ABU DHABI

La noche del 13 de enero salíamos de Amsterdam hacía Abu Dhabi. Tras una primera noche en la que dormimos en un aeropuerto, ahora nos tocaba hacerlo sobrevolando Europa y Oriente Próximo. O eso pensábamos, porque no nos resultó fácil conciliar el sueño. Ni con música en los auriculares, tapones y antifaces muy divertidos.


Aterrizamos en la mañana del 14 de enero en la capital de los Emiratos Árabes Unidos y sumábamos tres horas más a nuestros relojes físicos y biológicos. Nada más tocar tierra descubrimos una síntesis de lo que es este país, en auge en las últimas dos décadas: cientos de grúas, vigas y un esqueleto de hormigón en lo que será la próxima terminal del aeropuerto (que a ritmo emiratí puede estar acabado en unos meses). A su lado, un antiguo, pequeño y poco cómodo aeropuerto. Nos bajamos del avión (sin mochilas, que andarían por algún lugar bajo el sol del desierto), pasamos los controles de seguridad y recibimos nuestro primer sello en el pasaporte.

Nuestra intención era alquilar un coche y visitar a nuestro amigo dubaití a la tarde. En Europcar, sin reserva previa, alquilamos un Mazda por 38 euros, gastos de gasolina aparte (más o menos medio depósito por unos 12 euros) y fuimos hacia la primera parada antes de Dubái: la Gran Mezquita, una obra reciente que intenta emular a los grandes monumentos de Asia. Llegar allí casi nos provoca una crisis nerviosa, ya que las indicaciones no son especialmente buenas. Lo mejor es tenerlo todo bien apuntado antes de salir. Una vez allí, tras ataviarnos con las ropas que exige el lugar, disfrutamos de un lugar realmente bello (para unos más que para otros, especialmente el interior). Y tras aquello, condujimos casi una hora hasta Dubái.

Tras meter los pies en el Índico por primera vez en nuestra vida, aguardamos en la playa hasta que Salah nos recogió y nos llevó a comer arroz con conejo y pollo, realmente delicioso, y nos enseñó a comer con las manos al estilo árabe. Probamos el té árabe con leche y de allí directos al Dubai Mall, el mayor centro comercial de la ciudad, donde a sus pies se erige el Burj Khalifa, el mayor edificio del mundo, una impresionante aguja de casi 900 metros de altura. Y bajo él, el espectáculo de agua, luz y música. Nuestra visita express a la ciudad nos deparaba una última parada en el centro histórico, un pequeño oasis entre tanto hormigón, acero y cristal.

Gran Mezquita de Abu Dhabi
Dejábamos a Salah con la promesa de volver a Dubai con más tiempo (y dinero) y de nuevo conducíamos hacia Abu Dhabi, donde nos esperaba otro vuelo, esta vez a Kuala Lumpur, la capital de Malasia. Cenamos en un Burger King (donde Alejandro pidió por error un extra de bacon que, obviamente, no tenían) y aguardamos hasta la salida del vuelo en el viejo y obsoleto aeropuerto de Abu Dhabi.
Con nuestro amigo Salah

15 de Enero. ABU DHABI-KUALA LUMPUR

Ésta sería la segunda noche en la que nos tocaría hacer noche a 10.000 metros de altura. A las 2 de la mañana partíamos desde Emiratos Árabes hacia Malasia, donde aterrizamos a las 13:30 de la tarde hora local tras volver a adelantar el reloj cuatro horas más. Aguardamos junto a la cinta de equipajes temiendo que nuestras queridas mochilas no aparecieran nunca. Pero lo hicieron. Ya podíamos salir hacia la ciudad.

El aeropuerto de Kuala Lumpur Internacional (KLIA2, como lo llaman allí) se encuentra a una hora aproximadamente de la ciudad. Nuestro Hostel se ubicaba en el barrio chino, uno de los más animados de la ciudad. Buscamos un autobús que nos llevara y que finalmente costó 15 MYR (3'8€) los dos. Bajo un calor y una humedad que no soportaba nuestra ropa invernal, soltamos las mochilas y nos dispusimos a visitar a los que durante años fueron los edificios más altos del mundo: las Torres Petronas.

En defensa de ellas hay que decir que mantienen el encanto que no tiene ninguno de Dubai. No son más altas, pero sí son más bellas y más fotogénicas. Algo así como una reliquia de un tiempo donde construir edificios de casi 500 metros de altura no estaba al alcance de cualquier país y suponían una excepción. Las fotografiamos desde todos los ángulos posibles, entramos al centro comercial que se ubica bajo ella (descubrimos el Nando's, una cadena de comida "portuguesa" muy popular por estas zonas del mundo) y regresamos al Hostel. Tras una ducha de agua caliente, volvíamos a dormir en una cama.


A la mañana siguiente desayunamos, pedimos una aspiradora para volver a contraer al máximo nuestras bolsas de aire comprimido repletas de ropa y salimos hacia el KLIA2, a una zona dominada por Air Asia. La compañía de bajo coste malaya tiene también unas medidas restrictivas de equipaje de cabina. Y de nuevo la suerte (o nuestra astucia, vete a saber) nos permitió ahorrarnos pagar un sobre coste. A las 13:20 despegamos hacia Australia, un nuevo país, un nuevo continente.

16 de Enero. KUALA LUMPUR-MELBOURNE

Air Asia carece de los lujos y comodidades de Etihad Airlines, pese a lo cual el vuelo fue cómodo. Entramos en contacto con los australianos (ay, los australianos) y llegábamos a Melbourne a las 00:10 de la noche, de nuevo adelantando el reloj tres horas. Ya estábamos cerca de Nueva Zelanda y el cansancio hacía mella. Pasaríamos la noche en el segundo aeropuerto del viaje con la idea de visitar la ciudad por la mañana. Pero no sería así, ya que teníamos dudas de la política de equipaje del próximo vuelo, que aún no sabíamos qué compañía aérea operaba, y decidimos quedar para tener todo bien atado.

A las 6 de la mañana y sin haber sido capaz de pegar ojo, cobraba vida el aeropuerto de Melbourne. Los primeros operarios de Virgin Australia (en teoría, nuestra compañía) aparecían y nos dirigimos a preguntar si teníamos o no incluidas maletas para facturar o si nos tocaría volver a burlar las normas. La primera consulta desembocó emplazándonos a hablar con Air New Zealand, que al parecer operaba el vuelo. A las 7 ya estaban sus trabajadores y volvimos a preguntar. No nos confirmaron nada. Nos volvían a decir que no sabían, que posiblemente tuviéramos que facturar y que por internet el precio sería más bajo (120 dólares por maleta), aunque teníamos que preguntar a Virgin Australia. Y allá que fuimos. Y de allá que volvimos de nuevo sin respuesta: "Preguntad a Air New Zealand". No sabíamos si podíamos facturar gratis, no podíamos facturar por internet para rebajar el coste y no sabíamos si debíamos hacerlo en Virgin Australia o en Air New Zealand.

Y en nuestra quinta consulta por fin nos pudieron aclarar todo. Un trabajador de Air New Zealand, de esos que te alegran una mañana, nos confirmó que la facturación era con ellos, que no teníamos equipaje incluido y que posiblemente ya se hubiera pasado el plazo para hacerlo por internet. Nos aconsejó que hiciéramos un único pago uniendo las dos mochilas en una en las empresas que protegen las maletas con plásticos, pero optamos por nuestra propia solución: había que ponerse ropa, mucha ropa (estamos en verano, en el hemisferio sur, que no se olvide) y rezar para que no se nos pongan muy pesados.


Tras desayunar, almorzar e ir al baño a convertirnos en cebollas humanas, realizamos la facturación y nos dieron el 'ok' al equipaje (no sólo llevábamos la mochila principal, sino un segundo bulto por persona). Cuando pensábamos que estaba todo hecho nos acechó el enemigo menos esperado. Una trabajadora de seguridad nos preguntó si nuestros equipajes había recibido la aceptación del personal de la aerolínea y nos hizo pesarlas. Por suerte (y algo de astucia, ahora sí, al agarrar la mochila sobre la pesa) no tuvimos problemas y sólo nos faltaba esperar al embarque.

17 de Enero. MELBOURNE-AUCKLAND

A las 18:30 nuestro vuelo de Air New Zealand despegaba hacia Nueva Zelanda. Sólo nos separaba de nuestro futuro hogar algo menos de cuatro horas de vuelo. Oímos música y esperamos con ansía a que la azafata hiciera el anuncio, que llegó unos minutos pasados las doce de la noche, ya en 18 de Enero: "Bienvenidos a Nueva Zelanda". Habíamos tocado tierra, pasamos los estrictos controles de pasaporte y documentación, la aduana y por fin nos pudimos fotografiar junto a un mapa de Nueva Zelanda. Ya estábamos aquí, tras cinco días de viajes que comenzaron en Porriño y en Algeciras. Y cumplimos con el primer encargo en el país: mandamos una postal en el mismo aeropuerto al abuelo de Ana, que así se lo había exigido para poder controlar cuánto tardaba en llegar a casa. Y podemos afirmar que son dos semanas casi exactas.


Y en el vestíbulo del Aeropuerto Internacional de Auckland, entre viajeros y maoríes, con nuestras mochilas a la espalda y nuestros kilos de ropa encima, adelantamos nuestro reloj por última vez. Dos horas más. Doce más que en España. Sin jet lag. Y ya no volveremos a cambiarlo hasta dentro de mucho tiempo.

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