Llegar a Nueva Zelanda en cinco días y sin Jet Lag (I)

Después de tanto tiempo había llegado el día. Habían sido meses de conversaciones, de proposiciones y de planteamientos a largo plazo. Habíamos vivido una mudanza entre Madrid y Barcelona, un cambio de aires, de trabajo, una odisea para lograr renovar los pasaportes a tiempo y conseguir una de las 200 plazas que Immigration New Zealand oferta cada año a jóvenes españoles. Y tras eso, meses de preparación, de revisar todo, poner cosas en orden y algún que otro viaje entre medias. Después de un mes separados, pasando las Navidades en familia, nos embarcábamos en el gran viaje y aventura de Nueva Zelanda.

El 10 de enero de 2015 comenzaba de manera oficial nuestro viaje a las Antípodas. Lo hacía de forma asimétrica y en cada punta de la Península. En primer lugar en Porriño, donde a las 9 de la mañana Ana se subía en un tren rumbo a Madrid. De los seis viajes que realizaría en los próximos días hasta la otra punta del mundo, éste sería el que más tiempo le ocuparía, casi 9 horas. Tras acumular los primeros gramos de cansancio tocaba despedida con las amigas en la capital. Tapas, cena y cervezas junto a conversaciones en las que no paras de reír. De esas cosas que sabes que siempre echarás de menos donde vayas.

A la mañana siguiente Alejandro salía de Algeciras, también de mañana, hacia Madrid. Allí nos encontraríamos a la hora de comer, terminaríamos de preparar las mochilas, descartar lo que no podría entrar y dejar ropa (bastante ropa) fuera a última hora. Aprovechamos para cenar en un restaurante cubano gracias a un regalo de nuestro antiguo casero por nuestro trato el último año en Sabadell. La mañana siguiente, la última en España en mucho tiempo, la ocupamos en trámites burocráticos y administrativos, para despedirnos al más puro estilo español. Pedimos el Certificado de Penales y fuimos a la sucursal de nuestro banco a pedir el Certificado de Saldo. Tras aquello, volver a casa, comida y rumbo al aeropuerto. Tocaba la primera escala.

12 de Enero 2015. MADRID-AMSTERDAM

El vuelo de Iberia Express rumbo a Amsterdam salía a las 19:50. Nuestra mayor preocupación (como en el resto del viaje) eran nuestras mochilas y su peso. Cada uno de nosotros llevaba unos 10 kilos en el equipaje principal y un segundo equipaje de mano, algo más pequeño. Según las normas de la compañía para vuelos a Europa el equipaje de cabina (el gratuito) debería constar de un bulto de 56x45x25cm no superior a 7 kilos y un segundo bolso pequeño. Tras dudar, medir nuestras mochilas (entraban, como siempre) y angustiarnos en la cola de embarque, no tuvimos ningún problema y pudimos subirnos al avión sin ningún gasto extra.

A las 22:25 aterrizamos en el aeropuerto de Amsterdam, donde pasaríamos nuestra primera noche antes de visitar la ciudad al día siguiente. Este aeropuerto es uno de los mejores del mundo para dormir. Tienes varias zonas (lounges) con wifi, sillones inclinados, enchufes y una zona ambientada en una selva con unos pufs que nos sirvieron de cama. Los primeros anuncios de vuelos y el ajetreo de viajeros nos despertaron y pusimos rumbo al centro de la ciudad. Cogimos el autobús número 197, donde el conductor, suponemos que de origen hispano,

al notar nuestro acento inglés, nos "exigió" que le habláramos en castellano. Visitamos la ciudad gracias a los Tour New Europe Sandeman con un vigués y fuimos al aeropuerto con mucha antelación. Y por suerte que lo hicimos.
Lluvia y frío para estrenar mis Panamá Jack
Antes de partir hasta el centro habíamos dejado nuestro equipaje en una consigna del aeropuerto. Lo habíamos hecho en la zona tras el control de seguridad, por lo que teníamos que entrar y recuperarla antes de volver a salir para facturar el equipaje. El problema es que lo habíamos dejado en la zona de vuelos nacionales/comunitarios y nuestro vuelo era internacional, así que las azafatas nos obligaban a entrar por la zona de vuelos internacionales, pero desde ahí no había manera de acceder a las taquillas. Tras lograr que alguien entendiera nuestro problema, pudimos llegar hasta ellas, salir y dirigirnos con tiempo a la ventanilla de facturación de Etihad Airlines.

Nuestro vuelo constaba de dos partes: una primera entre Amsterdam y Abu Dhabi y una segunda entre Abu Dhabi y Kuala Lumpur. Fue en Amsterdam donde perdimos de vista a nuestras mochilas, una vez que nos comunicaron que al llegar al emirato no podríamos recogerla y no sería hasta el día siguiente, ya en Malasia, cuando la recuperaríamos. Fue ahí donde dimos por hecho que nos perderían las mochilas, cosa que afortunadamente no ocurrió. Montamos en el avión y pudimos disfrutar del lujo de una compañía al que no estamos acostumbrados: auriculares de calidad, manta, pantalla con películas, música y algunos juegos, un kit de viajero con antifaz, tapones, calcetines y cepillo de dientes y hasta nos dieron de cenar. Vamos, lo normal (suponemos) en este tipo de vuelos, pero nosotros lo disfrutamos como enanos. Despegamos a las 21:45, cenamos, pasamos la noche intentando dormir y aterrizamos en Abu Dhabi.

Y en la segunda parte del post os contamos el resto del viaje, con rascacielos infinitos, el temido cambio meteorológico, nuevas monedas y nuestro último regate a las medidas de equipaje en cabina.
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