Ruta por la Isla Sur: una península y muchas piedras

Tras descubrir que Dunedin era la ciudad del país que más nos había gustado, la ruta por la Isla Sur de Nueva Zelanda debía continuar. Aún nos quedaba algo por ver cerca de la ciudad antes de volver a poner rumbo hacia el interior de la isla, con el objetivo de volver a ver pingüinos en la Peninsula de Otago y las curiosas piedras redondas, los Moeraki Boulders.

DÍA 23 DE ABRIL: PENÍNSULA DE OTAGO

Habíamos pasado la noche en el mismo lugar que la anterior, aunque con unos cientos de metros de diferencia. El aparcamiento habilitado para dormir cerca de Brighton sólo disponía de dos plazas para vehículos self-contained y ya estaban ocupadas cuando llegamos. Decidimos improvisar y probar en un parque similar algo más adelante, junto al club de surf. Los guardias de seguridad que cerraron el recinto nos dieron su aprobación para dormir allí y unos minutos después se nos unió otra caravana. Siempre es mejor ser dos que estar solos cuando no duermes en un sitio autorizado para ello.

La Peninsula de Otago se interna hacia el mar desde la bahía de Dunedin. Pese a su cercanía con una ciudad de dicho tamaño, su perfil está prácticamente despoblado. Sólo una carretera general la atraviesa de suroeste a noreste, al abrigo de las montañas y la bahía, donde se agolpa la poca población en urbanizaciones y pequeños núcleos pesqueros. Nosotros decidimos salirnos en un principio de la ruta principal, tomando la carretera que la atraviesa por la zona central. Tratamos de visitar el Castillo Larnach, el único del país (del siglo XIX), pero ahora es un hotel y su visita es de pago (rondan las entradas los 20 NZD por adulto), así que nos dimos media vuelta hacia la Sandfly Bay. Esta playa, al sur de la península, toma su nombre de las dunas provocadas por el viento. Es una buena zona para ver pingüinos de ojo amarillo, aunque no a la hora que estuvimos allí.

Ovejas en Sandymouth de camino al Chasm
Continuamos hasta el Sandymouth, donde una ruta de unas dos horas te lleva al Chasm y al Lovers Leap. Tras atravesar colinas verdes con vistas al mar junto a centenares de ovejas, el mirador sobre el Chasm te quita la respiración. Una enorme sima se abre bajo tus pies, dejando un acantilado de decenas de metros y el rugido de las olas al golpear las rocas frente a la infinidad del océano Pacífico. Un poco más adelante aparece el Lovers Leap, otro acantilado donde en su extremo dos rocas se unen simulando un beso. Una caminata agradable y no demasiado dura que merece la pena.

Bordeando los acantilados hacia el Lovers Leap
Pese a que la Península tiene innumerables ricones por los que caminar y playas que descubrir, nos fuimos directamente al cabo de Taiaora. Atravesamos el pueblo de Portobello y cogimos la carretera hasta el cabo, donde se encuentran una colonia de albatros, un sistema de fortificaciones del siglo XIX para proteger la bahía y una colonia de pingüinos azules. Lástima que todo sea de pago, a excepción de los pingüinos, que es gratis hasta la hora del atardecer, justo cuando empiezan a llegar. A partir de esa hora puedes pagar y una ruta privada te lleva a verlos. Ya lo intentaremos en otro momento y en otro lugar. Volvimos por la carretera en obras e hicimos noche en McAndrew Bay, otro aparcamiento para todo tipo de vehículos habilitado por el Council.

Faro en la punta de Taiora
DÍA 24 DE ABRIL: DE LA PENINSULA DE OTAGO A CROMWELL

Tocaba abandonar este día los alrededores de Dunedin y adentrarnos de nuevo en los Alpes. Pero antes de todo eso visitaríamos una de las atracciones turísticas más curiosas de Nueva Zelanda: los Moeraki Boulders, unas enormes piedras redondas surgidas en la playa de Moeraki, a una hora aproximadamente de Dunedin en dirección Christchurch. Hay que avisar que el acceso tiene truco: al llegar desde la carretera principal aparece un gran cartel que señala una tienda y una cafetería con el nombre de Moeraki Boulders bien grande. A su lado, algo más pequeño, el cartel del Departamento de Conservación de Nueva Zelanda (DOC), fácilmente reconocible por ser verde con letras amarillas. En la cafetería hay un acceso directo a las piedras pero piden pagar 2 NZD (no una donación) para el mantenimiento de las instalaciones. Cualquier despistado puede pensar que las piedras son de pago, pero desde el aparcamiento del DOC caminando por la playa se llega en diez minutos. Nos molestó mucho que la cafetería cobrara por acceder a la playa, cuando éste es gratuito.


Cartel del DOC (arriba) y buzón para pagar en la cafetería y tienda
Las piedras redondas de la playa de Moeraki no son las únicas del mundo, pero no son muy habituales. Se formaron tras la solidificación de sedimentos alrededor de un trozo de concha, madera u otro material. De manera concéntrica fue formándose una costra que ha dado como resultado estas piedras redondas de más de un metro de diámetro en el interior del terreno de costa. Luego la erosión del mar las ha ido dejando al descubierto, con escenas curiosas, como una piedra que parece estar siendo lanzada desde la costa hacia el mar. Nosotros las vimos con la marea baja, pero debe ser también muy especial verlas con marea alta y totalmente rodeada de agua.



Los curiosos Moeraki Boulders
Nuestra idea era dormir allí cerca, pero el lugar donde se podía pasar la noche no nos convenció y decidimos conducir por la carretera SH85 hacia Cromwell. Atravesamos Alexandra ya de noche y llegamos a orillas del lago Dunstan, donde un viento de justicia azotaba la caravana. Estábamos en la ciudad de la fruta, al día siguiente viviríamos un día histórico y nos tocaba volver a pasar por nuestra odiada Queenstown, aunque esta vez sí que nos llevaríamos un buen sabor de boca de ellaLiteralmente.
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