Habíamos atravesado los Catlins desafiando a los elementos (y a la falta de gasolina) y penetrado en Fiordland con las miras puestas en un lugar muy especial de aquella región. Pero como suele ocurrir en esta zona del país, la previsión meteorológica no iba a ser muy condescendiente con nuestros deseos. Por eso alteramos nuestros planes para vivir, sin planearlo, uno de los momentos más bellos de estos meses en Nueva Zelanda: ver nevar en la carretera al Milford Sound.
DÍA 19 DE OCTUBRE: DEL LAGO MONOWAI AL LAGO WAKATIPU
Llegando desde el sur uno de los mejores sitios gratuitos para dormir antes del Milford Sound es el lago Monowai, ya que desde ahí la carretera te lleva a Te Anau y de ahí al fiordo en apenas unas dos horas. Pero nuestra idea aquel día era otra: queríamos sobrevolar en avioneta el fiordo del Doubtful Sound. Semanas antes, planeando el viaje, habíamos visto fotografías espectaculares, con lagos encima de las montañas sobre el fiordo, y como ya habíamos hecho el crucero por el Milford queríamos cambiar de paisaje. El problema es que en esta parte del país el tiempo es muy inestable y no te puedes arriesgar hasta horas antes. Por eso tras despertarnos estuvimos en Manapouri tratando de hacer tiempo por si mejoraba la predicción, pero no hubo manera, así que nos quedamos sin vuelo en avioneta.
A pesar de que se esperaba un día nublado en Fiordland, decidimos que teníamos que aprovechar para llegar hasta el Milford Sound. Aunque el fiordo en sí es espectacular (incluso las vistas desde el puerto de los cruceros), la carretera que lleva hasta ahí es para nosotros uno de los paisajes más espectaculares que puedes disfrutar en Nueva Zelanda. Por eso pusimos en marcha la Jucy hasta Te Anau, nos informamos de algunas rutas de senderismo por si mejoraba el día y de ahí en camino hasta llegar al que muchos llaman la octava maravilla del mundo (que ya os adelantamos que no lo es, aunque sea precioso).
Vistas desde el valle del río Eglinton |
Cada uno de esos tramos tiene algo especial. Pasas de un ancho valle a estar rodeado de bosque, puedes parar a descansar con la vista puesta en un lago rodeado de montañas nevadas y salir de un largo túnel ante una imponente pared de roca. Cuando se habla del Milford Sound conviene recordar que no sólo es el crucero por el fiordo (que merece la pena), sino todo el camino que te lleva hasta ahí. Y para nuestra suerte, justo antes de la subida al túnel nos cayó una buena nevada que hizo el paisaje más bello aún. Durante un momento tuvimos miedo porque no llevábamos nada preparado para la nieve (cadenas para la caravana, por ejemplo), pero cuando veíamos a vehículos bastante más grandes que el nuestro ir sin problemas nos limitamos a disfrutar del paisaje y a ver los copos de nieve caer. Una vez llegados al fiordo todo estaba cubierto con una espesa nube gris que no nos dejaba ver la belleza de esa estampa. Nosotros ya habíamos disfrutado del Milford en el cumpleaños de Ana con sus padres, además con un maravilloso día de sol, pero la tía de Ana se quedó con la otra imagen, la más habitual, la del cielo encapotado y la lluvia.
Vistas del Milford Sound nublado |
Después de un pequeño paseo y un café calentito hicimos el camino de vuelta, aunque antes paramos en el Monkey Creek, donde se dice que si bebes del río alargas tu vida. Nosotros lo hicimos (por si acaso) y además es un lugar perfecto para ver keas. Un grupo de siete de estos únicos loros alpinos estuvieron caminando sobre el techo de la Jucy y aprovechamos para sacar unas buenas fotos y grabarles bien en video.
El riachuelo del Monkey Creek (arriba) y los keas paseando por nuestra Jucy |
La noche se nos echaba encima y condujimos hasta encontrar un buen sitio para dormir en nuestro camino hacia Queenstown. Probamos en algunos lugares marcados en Campermate o Wikicamps pero no nos convencían, así que Ana (la conductora) hizo un último esfuerzo y llegamos hasta una zona de acampada a la orilla del lago Wakatipu, ya de noche. La mañana siguiente nos dejaría una de las vistas más bonitas en la que nos hemos despertado estos últimos meses y una nueva visita a la masificada (y a la que siempre volvemos) Queenstown.
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