Del corazón de la Isla Sur a la bucólica Península de Banks

Cruzábamos la Isla Sur de Nueva Zelanda desde la West Coast a la ciudad de Christchurch por el famoso Arthur Pass con la vista puesta en la Península de Banks y Akaroa, uno de nuestros lugares favoritos del país. Pero antes teníamos pendiente una parada en un escenario de película y la comida en un famoso lugar de pies.

DÍA 26 DE OCTUBRE: DEL LAGO PEARSON A AKAROA




En el Parque Nacional del Arthur Pass hay tantas cosas por hacer que es muy difícil elegir a qué se dedica el tiempo. Se pueden hacer grandes rutas de varios días, otras de unas pocas horas, unas más difíciles, otras más fáciles, etc. Nosotros habíamos decidido pasar de largo del epicentro del Parque y dedicar las primeras horas de la mañana a un paseo en lo que para nosotros (ruta oeste-este) era el tramo final de la carretera. 

Cogimos un desvío por una carretera de gravilla que llevaba en dirección a la ruta del Hawdon Valley. Esta ruta forma parte de otra mayor que lleva hasta 5 días completarla. Transcurre a lo largo del valle del río Hawdon y la dificultad no es muy alta, aunque nuestro principal objetivo era tener una visión general y en cuanto pisamos el cauce del río y caminamos unos minutos nos dimos la vuelta para seguir con el día. La imagen es la típica de esos ríos neozelandeses nacidos en las faldas de los Alpes: cauces enormes repletos de piedras, ríos con poco caudal y las montañas de fondo. Un paisaje seguro muy distinto a los momentos de crecidas de esos ríos.

Una vista la valle del río Hawdon
Volvimos a tomar la carretera 73 en dirección Christchurch para visitar el Castle Hill, un punto muy turístico destinado a familias y muy popular sobre todo a partir de su aparición en la trilogía de El Hobbit. Habíamos leído en Campermate que en los últimos tiempos había habido varios robos a los coches de los que realizaban la visita, pero al llegar allí nos dimos cuenta que no sería problema ese día. Coincidía con el puente del Día del Trabajo y estaba a rebosar de familias. El paisaje es bastante llamativo, con una colina de verde hierba salpicada por enormes piedras en su cima. Agradable para un paseo, muy fotogénica y lugar ideal para ir con niños o para hacer escalada.



Distintas vistas de Castle Hill y sus curiosas formaciones rocosas
Y antes de encarar el final del día nos paramos en el pequeño pueblo de Sheffield a comer sus famosas pies (o eso dicen ellos), esas empanadas tan británicas y que en este sitio se pueden encontrar de muchos sabores distintos y, todo sea dicho, estaban realmente buenas. No destaca Nueva Zelanda precisamente por su cocina, pero nos mereció la pena la parada.


Las pies de Sheffield, que bien ricas que estaban, con un riesling de Felton Road
La carretera 73 muere a la entrada a Christchurch, la gran ciudad de la Isla Sur, y nosotros teníamos pensado dar un rodeo a la ciudad y entrar a la Península de Banks, ese trozo de tierra adosado que tiene en el Pacífico. Gracias a que hace años fue un antiguo volcán, la península deja un paisaje de incontables colinas, carreteras que suben y bajan y una carretera que la atraviesa hasta el pequeño pueblo de Akaroa. Y también gracias a ese pasado volcánico son muchas las pequeñas rías que hay en sus costas y nosotros decidimos bajar a una para ver cómo es la vida en ese remoto punto del planeta. Cuando muere la carretera encuentras un lugar de retiro idílico, con enormes casas habitadas por gente de apariencia tranquila, sonriente, que no se altera cuando ve aparecer una furgoneta color verde chillón. Frente a sus casas, playas vacías y el océano en plena calma. Es complicado afirmar algo así, pero posiblemente aquel fuera uno de los lugares donde no nos importaría vivir un apacible retiro.



Arriba, vistas de la Península de Banks, abajo la playa de Le Bons Bay
Pero sin duda el punto neurálgico de toda la Península de Banks es el pequeño y afrancesado pueblo de Akaroa. Como explicamos en la entrada donde contamos nuestra primera visita a este rincón de Nueva Zelanda, la llegada en el siglo XIX de colonos franceses a la península desembocó en una petite France muy curiosa. Los carteles de las calles comienzan por Rue y los negocios locales han aprovechado para vender productos franceses a los turistas. Puedes aprovechar para comprar una baguette, comer unos crêpes y beber un café au lait junto a la bahía. Y después del paseo por el pueblo es visita obligada su faro, del siglo XIX y posiblemente su mayor emblema.


Tiendas con decoración francesa y el faro de Akaroa
Así acabó nuestro día, que nació en pleno corazón de los Alpes y acabó junto al mar, dejándonos seducir por el tranquilo oleaje del Pacífico, contemplando la puesta de sol y dándonos cuenta de que hay lugares de este país que te atrapan. Lugares que meses después, puede que años, servirán de refugio imaginativo a los momentos de estrés, idealizados en nuestro recuerdo. Para momentos así cerraremos los ojos y diremos: “Vámonos a la Península de Banks”.

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