Habíamos atravesado la Isla Sur de Nueva Zelanda de este a oeste y continuábamos el viaje recorriéndola de norte a sur. La carretera de la West Coast nos había sorprendido gratamente y de repente nos encontrábamos a los pies de los Alpes neozelandeses, donde todo el mundo aseguraba que estaríamos ante los paisajes más impresionantes del país.
El dia anterior condujimos hasta más tarde de lo habitual con el objetivo de establecernos lo más cerca posible del glaciar Franz Josef, que junto a su hermano el Fox suponen el punto final del recorrido por la West Coast para los viajeros que la atraviesen de norte a sur. Lo cierto es que nuestras expectativas eran muy bajas. Casi nadie (o nadie) nos recomendaba la visita a los glaciares. Las palabras "decepcionantes" y "sobrevalorados" era lo que más habíamos leído u oído acerca de ellos, así que eso nos motivó aún más para visitarlos y al menos poder crear una opinión propia. Además, el día traería un colofón muy especial.
Despertamos temprano con las vistas espectaculares de las montañas nevadas y nos acercamos hasta la entrada al glaciar. Un gran aparcamiento supone el punto de partida de una ruta de un máximo de una hora y media (dependiendo del día te puedes acercar más o menos al glaciar por cuestiones meteorológicas) por un valle con el glaciar Franz Josef al frente. Una caminata agradable, sin dificultad y plagada de turistas. Ya la noche anterior habíamos advertido que el pueblo de Franz Josef presentaba una vida más ajetreada de lo normal para ser Nueva Zelanda: cafeterías y bares abiertos hasta tarde (a las 8 ya es tarde aquí) y muchos hoteles. Aquí es donde hoy estaba todo el mundo.
La ruta de camino al glaciar Franz Josef |
Tras algo más de una hora llegas al punto final, en nuestro caso el más cercano posible al glaciar. El camino pasa junto a cascadas, paredes rectas de varios metros de altura y la figura siempre presente del pico Elie de Beaumont al fondo. El paisaje ya merece la pena. Y el glaciar cumple su objetivo. Una figura de hielo que se desliza desde lo alto de la montaña y que a la luz del sol mezcla los colores turquesas y blancos. Supusimos que para alguien acostumbrado a ver glaciares se quedaría en una muesca más, pero para los viajeros nivel usuario de glaciares no acaba de decepcionar. Es cierto que quedas a unos cien metros del glaciar, lo justo para verlo y para no dañar más aún su delicada superficie. Volvimos más que satisfechos.
El glaciar Franz Josef |
Apenas a unos quince minutos del Franz Josef se encuentra el Fox. Decidimos dejar para mañana su visita, o siendo más exactos, su visita a pie. Comimos algo rápido en un aparcamiento en el pueblo (más pequeño y menos ajetreado que Franz Josef), ya que Ana y su madre vivirían una nueva experiencia apasionante en Nueva Zelanda: sobrevolar en helicóptero los glaciares, un regalo de su hermana Lara por su cumpleaños. El precio fue de 155 NZD a traves de la web book.me, comprado un dia antes (habia que asegurarse de que haria buen tiempo) y con la empresa Mountain Helicopters. A las 15 de la tarde el pequeño helicóptero despegó desde un aeródromo cercano. Fueron veinte minutos de vuelo por encima de todo y de todos, con las vistas privilegiadas de los glaciares desde lo más alto, viendo los picos de las montañas a sus pies y un primer contacto con el Monte Cook, el techo del país. El tiempo acompañó, con un cielo despejado y azul que contrastaba aun más con el blanco de las nieves y el hielo. Fueron veinte minutos inolvidables.
Tras el aterrizaje y la charla que acompaña a toda experiencia que compartir nos acercamos hasta el lago Matheson, el lago reflectante, un alto en el camino antes de ir a dormir. De este lago se pueden encontrar innumerables fotografías en internet donde se refleja como en un espejo el Monte Cook. Apenas a 10 minutos del pueblo de Fox Glacier, un recorrido circular alrededor del lago te lleva a través de varios miradores donde disfrutar del paisaje. Por desgracia nuestro día era más perfecto en las alturas que aquí, ya que una leve brisa movía el agua lo suficiente para que el lago reflectante no fuera tan espectacular. Fuimos a dormir hacia la costa, a Gillespies Beach, un aparcamiento del DOC al que se llega tras doce kilómetros de carretera sin asfaltar rodeado de helechos y árboles por el que apenas caben dos coches. Y pese a todo, un lugar agradable y con una bella puesta de sol.
Anochecer en el Mar de Tasmania en la playa de Gillespies |
DÍA 15 DE ABRIL: GLACIAR FOX Y CAMINO A WANAKA
Si alguien te aconseja venir a la zona de los glaciares lo hará puntualizando que, puestos a elegir uno, que sea el Fox. Para nosotros sería el último paso antes de continuar hacia el sur. El aparcamiento era más pequeño que en el caso del Franz Josez y el recorrido tenía un tiempo similar. Pero el camino que te lleva a él es más bello, con desfiladeros más estrechos, montañas más altas y cascadas más caudalosas. Y el camino en sí también es algo más complicado, tal vez por ello menos saturado de turistas. El mirador del glaciar esta más elevado y cerca del glaciar que en el Franz Josef, por lo que la vista es mejor. Tal vez si hubiera que quedarse con uno sería el Fox, aunque el glaciar en sí nos pareció mejor el Franz Josef. Cuestión de gustos.
Una vez acabada la ruta por el Fox seguimos en dirección al sur. Nos esperaban horas de carretera hacia nuestra próxima parada, Wanaka. Para ello continuaríamos la SH6 en dirección a Haast (su centro de interpretación del DOC es de los mejores del país), donde la carretera vira hacia el interior abandonando definitivamente la costa. Nos internábamos por el Haast Pass hacia los Alpes, un camino bordeando los ríos Haast y Makarora por el corazón del Parque Nacional Mount Aspiring, límite norte del área declarada Patrimonio Mundial de Te Wähipounamu, todo el suroeste de la isla. Por el camino se puede disfrutar de varias atracciones que merecen una parada. Las cascadas Thunder Creek y Fantail o las Blue Pools, unas pozas de un azul intenso en un pequeño cañón, apenas a unos quince minutos de tocar la punta norte del lago Wanaka.
Playa de camino a Haast (arriba) y las Blue Pools |
Una vez ahí la carretera fluye por la orilla este del lago hasta que toca la oeste del lago Hawea. Por el camino paisajes que mezclan las aguas azules de los lagos con las montañas nevadas al fondo. Una estampa que concluye con la llegada al pueblo de Wanaka, un centro turístico y residencial al pie del lago. El pueblo está lleno de restaurantes y bares, con un agradable paseo alrededor del lago. Un buen lugar donde cenar en un Subway y pasar la noche, a unos diez minutos del centro del pueblo, en el aparcamiento del Diamond Creek, una ruta de senderismo alrededor de otro pequeño lago.
Estábamos a las puertas de la zona más turística de Nueva Zelanda y de la ciudad que en general más había gustado a los viajeros que habíamos conocido/leído: Queenstown.
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