La experiencia en Felton Road: fuera del trabajo

Al igual que nos había ocurrido unos meses antes en Hastings y RJ Flowers, buena parte de los mejores recuerdos que guardamos de nuestra etapa en Felton Road no tenían nada que ver con el trabajo: el trato humano y seguir conociendo Nueva Zelanda. Y la tranquilidad de vivir entre viñedos alejados del turismo.

LOS COMPAÑEROS

Unas de las cosas que más no ha enganchado a Nueva Zelanda ha sido la forma en la que nos han tratado los compañeros desde el primer día en las dos empresas en que hemos trabajado. En Felton Road desde Gareth, nuestro jefe, hasta cualquier compañero con el que pasabas horas podando viñedos tenían un minuto para chalar, aconsejar y ayudar. Como estábamos separados durante la jornada de trabajo cada uno teníamos más tiempo para relacionarnos con unos compañeros u otros. Y de todos tenemos buenas palabras. 

Gracias a que el grupo de trabajo era más reducido que en RJ Flowers y a que éramos los únicos mochileros, la relación personal fue más intensa. Con los compañeros hablábamos el 100% del tiempo en inglés y el propio trabajo nos permitía charlar.  De ahí que pudiéramos practicar el idioma y a la vez fuéramos conociendo algo más acerca de la vida en Nueva Zelanda: cómo es la educación en los colegios, cuánto cuesta la universidad, cómo funcionan las pensiones, la sanidad, etc. Y a la vez podíamos explicarles cómo era todo en España y realizar un paralelismo entre ambos países.

Concurso de jóvenes viticultores
Cómo no podía ser menos en Nueva Zelanda, hubo tiempo para las barbacoas y para que nos invitaran a desayunar. Tuvimos algún día en los que nos reuníamos todos y comíamos hamburguesas y otros en los que acudimos a apoyar a nuestros compañeros en un par de concursos al "Viticultor joven del año" y allí la organización nos servía unas chuletas a la brasa. Buena manera para probar el producto local y para relacionarnos con los compañeros fuera de los viñedos. Aunque para probar el producto local nada como la carne que nos regalaron en la empresa. Un día terminabas tus ocho horas de trabajo y veías una bolsa de plástico llena de carne que la empresa te regalaba. Luego caías en que esa carne era de las ovejas que pastaban junto a la casa y que ya no estaban y no resultaba tan apetitosa. Y para esa carne siempre tenías una botella de vino en la nevera, una de esas que utilizan para las catas de los turistas y que daban a los trabajadores. 

Vino y carne por cortesía de Felton Road
CROMWELL Y BANNOCKBURN

Tampoco vamos a engañar a nadie: en Cromwell no hay nada que hacer. Vivíamos a 7 kilómetros del pueblo, en Bannockburn, donde sólo teníamos los Sluicings, una ruta de senderismo alrededor de una antigua mina de oro que hicimos algunas veces como paseo. Pero a Cromwell teníamos que ir al menos un par de veces por semana. En primer lugar, a hacer la compra semanal y en segundo, a utilizar el wifi de las cabinas Sparks. Aparcábamos a Delica junto a la cabina y ahí pasamos horas leyendo noticias y descargando podcasts que oíamos mientras trabajábamos. Un par de veces, cuando ya habíamos entablado más confianza con los compañeros, fuimos a casa de Nicci, una compañera que nos invitaba a utilizar internet ilimitado. Los primeros días Cliff, un neozelandés de nuestra edad, nos ofrecía ir a su casa a usar internet siempre que quisiéramos, pero aún no nos veíamos con confianza para ir. Tenemos que perder la vergüenza más rápido.

Las compras eran todas en el único supermercado, el New World, en el que cada viernes tarde nos cruzábamos con los mismos trabajadores. Incluso nos gustaba llegar a las cajas y decidir quién queríamos que nos cobrara ese día. Luego aprovechábamos para comer en el Subway nuestro bocadillo, pan tostado con queso y ajo y un par de galletas de doble chocolate y chocolate blanco con nueces de macadamia. Cuando el wifi de Spark fallaba utilizábamos el wifi del Mall, el centro de la ciudad, aunque era demasiado lento. Cerca de la ciudad antigua de Cromwell (una recreación de la ciudad en la época de la fiebre del oro, con bares, restaurantes y tiendas), que visitamos alguna vez, teníamos otra cabina Spark. También nos gustaba dar un paseo por las calles viendo las casas, algunas realmente grandes y bonitas.

Nuestro tradicional menú del fin de semana
Pero la mayor parte de nuestro tiempo libre lo pasábamos en el Portacom, nuestra pequeña casa entre viñedos. Los fines de semana eran para leer, ver series, películas o programas de televisión y escribir entradas para el blog. Cada domingo preparábamos nuestra comida favorita, patatas fritas con huevos fritos, y allí pasábamos el día con la calefacción bien alta y sentados a la mesa poniéndonos al día de la situación en España u organizando fotos. Los últimos días tuvimos tiempo para ir a ver los cerezos en flor en Cromwell y en Bannockburn y uno de los primeros fines de semana hasta acudimos a una carrera que se organizó en uno de los viñedos. Pero como público, no os creáis. Y por supuesto, nuestros inseparables compañeros los animales. Despertarse un fin de semana sólo con el sonido de los pájaros es impagable. Además Bannockburn está lleno de conejos con los que te cruzas siempre y aunque los neozelandeses los maten, a nosotros eso no nos motivaba mucho y siempre íbamos con mucho cuidado. Incluso llegamos a cogerle cariño a un conejo blanco y marrón que siempre estaba en el mismo lugar cuando pasábamos con el coche, hasta que un día dejó de estar y algo más adelante estaba atropellado en la carretera. O el pósum que un día apareció en el árbol junto a la casa y que alguna noche oíamos andar bajo la casa o sobre ella e incluso gruñir. Y pese a que vinieron alguna vez a tratar de matarlo, creemos que no lo consiguieron. 

Dos estilos de oír música con 40 años de diferencia
WANAKA Y QUEENSTOWN

Si decimos que en Cromwell hay poco o nada que hacer no podemos decir lo mismo de su entorno. A menos de una hora en carretera teníamos las dos principales ciudades turísticas de Otago y de la Isla Sur. A Queenstown fuimos tres veces a pasar el día. Las hamburguesas Fergburger fueron el lugar escogido para disfrutar de nuestro noveno aniversario juntos y de paso visitábamos a Diego. Aunque es cierto que hemos criticado hasta la saciedad la artificialidad de Queenstown y que esté saturada de turistas, de vez en cuando nos apetecía dar un paseo por una ciudad algo más grande y con ambiente por las calles. Además podíamos disfrutar del camino entre Cromwell y Queenstown, bordeando el Kawarau Gorge y las vistas sobre el lago Wakatipu junto a las montañas nevadas de los Remarkables.

Pero nuestra favorita es sin duda Wanaka. Muy similar a Queenstown (junto al lago, llena de bares y restaurantes y con una amplia oferta de turismo de aventuras), pero a mucha menor escala. Wanaka permite un paseo por la orilla del lago hasta el famoso árbol de Wanaka (una de las fotografías más populares de la ciudad), con las vistas de las montañas del Parque Nacional del Monte Aspiring alrededor. Allí descubrimos el Alchemy, un bar con buen wifi ilimitado en el que tomar un café o comer algo, y el Patagonia, una cadena de chocolaterías/heladerías, a los que acudimos alguna vez.

El lago Wanaka y su archiconocido árbol
En Wanaka también aprovechamos para estirar un poco las piernas y hacer alguna ruta de senderismo. Fuimos hasta el pico del Rocky Mountain, junto al lago Diamond (en invierno está completamente helado y se puede caminar sobre él). Desde arriba hay unas vistas impresionantes de todo el lago Wanaka y las montañas de alrededor. Y eso que nosotros tuvimos la inesperada visita de un grupo de nubes que nos taparon las vistas e incluso nos regalaron unas gotas de lluvia. La ruta lleva unas tres horas ida y vuelta y tiene varios tramos algo más difíciles, aunque en general la dificultad es media.

Las vistas desde la cima de la Rocky Mountain
Ya sin Delica, los últimos días, con el buen tiempo de vuelta, íbamos hasta Cromwell caminando. Un recorrido de 7 kilómetros que nos ocupaba unas dos horas, a veces con alguna bolsa de la compra. Así transcurrieron nuestros casi cinco meses de estancia en Felton Road fuera del trabajo, con un trato personal muy amable por parte de todo el mundo, nuestras comidas en el Subway, las tardes con Delica junto al wifi, los conejos y los pósums, las compras en el New World y nuestras escapadas a Queenstown y Wanaka. Cinco meses en Bannockburn para recordar toda la vida
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