Nuestro segundo día de visita a Nueva York iba a tener un componente puramente cultural. No sólo porque acabaría en el Museo de Arte Metropolitano (el Met), sino porque atravesaríamos algunos de los barrios más de moda de la ciudad: Chelsea, Greenwich Village, el SoHo y TriBeCa, cuna de muchos artistas y plagados de galerías de arte. Y como punto de partido, el parque más curioso de la ciudad.
DÍA 14 DE ENERO: ZONA OESTE DEL BAJO MANHATTAN Y EL MET
Como era sábado habíamos planeado pasear por algunos de los barrios más bohemios de Nueva York, donde no importa si hay actividad laboral (como ocurre en el distrito financiero) porque sus tiendas, galerías y cafés siempre van a estar a rebosar de gente. Y para ello comenzamos desde un curioso parque, el High Line. Inaugurado hace pocos años, este camino recorre una antigua vía de ferrocarril elevada que unía los almacenes del barrio de Chelsea y el distrito del Meatpacking con uno de los muelles, situado en el barrio de Hudson Yards (a espaldas del Madison en dirección al río Hudson), hoy en profunda restauración y modernización (rascacielos de cristal, para entendernos). La ruta te va dando distintas perspectivas de la ciudad, con vistas al río y a muchos de los edificios más singulares de Nueva York, mientras por el camino puedes parar a tomar un café, ver alguna galería de arte o cruzarte con una escultura de un tío en calzoncillos. Si la inicias desde el norte el camino va ganando a lo largo que avanzas, con secciones mejor cuidadas. Por eso recomendamos empezar desde el norte: atraviesas la esencia de lo que era el High Line en el siglo XX y acabas en la zona más restaurada y turística.
El paseo por High Line, con el tipo en gallumbos incluido |
Además, muy cerca del final del High Line (puedes bajar de la plataforma siempre que quieras, faltaría menos) se encuentra el Mercado de Chelsea. Siguiendo la moda de los últimos años en muchas ciudades, el antiguo mercado del barrio se restauró en 1997 y se colocaron tiendas modernas y cafés y restaurantes gourmets, convirtiéndolo en un lugar ideal para pasear, aunque no tanto para consumir. Nos gustó la decoración y la esencia del lugar, que por suerte no ha sido transformado tan abruptamente y aún mantiene la estructura de antiguo almacén.
Un típico bar del Mercado de Chelsea |
El resto de la visita al barrio de Chelsea y su vecino West Village transcurrió de manera calmada, sosegada, con la mirada siempre alta, apreciando la estructura de los edificios clásicos de esta zona de la ciudad. Edificios muchos de ellos de ladrillo rojo, con sus aparatosas y fotogénicas escaleras de incendios, de media altura, sin nada que rompa la esencia del barrio. Por esta zona no abundan las tiendas de grandes marcas (todavía) y en algunos parques aparecen pequeños mercados de comida y productos artesanos. Muy pocos somos los que nos cruzamos cámara en mano, salvo al llegar a un lugar concreto: la esquina entre las calles Grove y Bredford, adonde hemos venido todos a fotografiar un edifico en concreto, el de la serie 'Friends'. Millones de friendsmaníacos vienen a este punto de la ciudad a fotografiarse con el lugar donde vivían sus amigos ficticios. Y como somos muy fans de esa serie (pero mucho mucho), no podíamos ser menos. Eso sí, echamos de menos alguna placa que hiciera referencia a este hecho que es parte de la historia de la televisión.
Edificios del barrio de Chelsea y abajo el de la serie 'Friends' |
Cruzamos del West Village a Greenwich Village junto al parque de Washington Square y su famoso arco, paramos a ver el Triángulo de Hess, la propiedad privada más pequeña de la ciudad, y continuamos caminando hacia el SoHo. En esta zona, al sur de la calle Houston, los edificios se vuelven cada vez más espectaculares. A diferencia de Chelsea, aquí el consumismo globalizado sí ha llegado. Que la avenida Broadway sea uno de sus límites ayuda mucho. Pierdes la esencia de barrio, del neoyorquino paseando al perro, pero ganas en la belleza de sus calles, con edificios monumentales, algunos maravillas de la arquitectura, en ambas aceras. Merece la pena alternar Broadway, mucho más majestuosa, con otras pequeñas calles del SoHo, más recogidas, con más personalidad. Nos daban ganas de andar en círculo, recorriendo cada manzana, cada calle, pasear sin fin, mirar los edificios, con sus fachadas ornamentadas.
El Triángulo de Hess y algunos edificios del Soho y Broadway |
Continuamos hasta TriBeCa, el último barrio de moda entre el famoseo neoyorquino. Mucho más calmada que SoHo, pero también por explotar. Aún quedan rastros de lo que fue el barrio y los edificios no tienen la belleza de su vecino barrio del norte. Ahí se encuentra el edificio que servía de cuartel general a los 'Cazafantamas', pero nos pilló en obras. Comenzaba a nevar y nuestra actividad del día quedaba a bastantes paradas de metro hacia el norte, lo cual nos despertó una idea. Nos subimos a la línea C y allá que fuimos. Esto había que aprovecharlo.
Cuando bajamos en la parada del Museo de Historia Natural la nevada ya era bastante potente. Esta tarde-noche la habíamos reservado para visitar el Museo Metropolitano de Arte, el Met, que los viernes y sábado cierra a las 21 horas, por lo que no tendríamos que renunciar a horas de luz que aprovecharíamos en ver la ciudad. Decidimos dejar la zona de TriBeCa y SoHo antes de tiempo para hacer una primera visita a Central Park, que con toda la nieve que caía comenzaba a tomar un tono blanco espectacular. Lo atravesamos de oeste a este, con parada en el Castillo de Belvedere, en el centro del parque, y paseamos por sus calles, nos sentamos en los bancos, fotografiamos preciosos pájaros de un rojo intenso… Será que aún no nos hemos acostumbrado a la nieve y nos sigue pareciendo algo maravilloso, de un mundo ajeno al nuestro, pero aporta una belleza singular a un lugar que puede que sin esa manta blanca no tuviera. Para nosotros Central Park nevado fue una experiencia única.
Imágenes de Central Park nevado |
Hubiéramos pasado horas en aquel enorme parque, pero al día siguiente volveríamos y confiábamos en que aún quedara nieve suficiente, así que nos dirigimos al Met. Nos quedaban unas cuatro horas y media antes de que cerrara para disfrutar de todo lo que ofrece este museo. ¡Pero no pensábamos que fuera tanto! Pagamos nuestra entrada (es a voluntad y nosotros dimos 10$ por cabeza) y desde la primera sala comprendes que vas a estar un buen rato ahí dentro. Piezas de todas las épocas de cada rincón del mundo en cada esquina, cada pequeña sala. Hay escultura, pintura, armas, artilugios, vestidos, recreación de lugares. Hay arte asiático, europeo, americano, africano. Es imposible abarcar en un único día todo lo que se puede ver. Nosotros llegamos a equipararlo a un parque temático del arte mundial. Pasas de una sala llena de arte africano y te sumerges dentro de un patio de un castillo andaluz. Esto también despertó en nosotros otra reflexión: hasta qué punto ese etnocentrismo del que pecamos los europeos nos ciega y nos creemos poseedores del arte mundial. Es una maravilla que bien merece cualquier entrada que se pague y nuestras cuatro horas casi no fueron suficiente.
El Met, con el patio del Castillo de Velez-Rubio (abajo) |
Salimos del museo apabullados por todo lo que habíamos visto y anduvimos hasta la parada de metro que nos llevaba de nuevo al hotel. Cenamos y nos fuimos a dormir con la sensación de que mucha gente asocia a esta ciudad con el consumismo, con una visión muy artificial de lo que es. Nueva York, mucho más que compras, luces de neón y rascacielos de cristal, es puro arte. Al día siguiente tendríamos una visita mucho más espiritual y calmada.
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