La ruta que habíamos trazado por la Isla Sur de Nueva Zelanda para las próximas cuatro semanas había pisado hasta ese momento el corazón de la isla y la costa oeste, de las montañas a las playas y fiordos, así que inevitablemente el camino nos debía llevar hacia el sur. Tras el Milford Sound como punto culminante del primer tercio, continuábamos por una de las zonas menos explotadas del país.
DÍA 19 ABRIL: DE INVERGARGILL A LOS CATLINS
Desde que iniciamos el viaje en Christchurch (ciudad que no visitamos), la Jucy nos había llevado a través de la naturaleza de pueblo en pueblo. Después de la decepción que nos llevamos con Queenstown, para muchos la mejor ciudad de Nueva Zelanda, nos sentíamos en deuda con los padres de Ana para que vieran cómo era una autentica ciudad "kiwi". E Invercargill lo era. Con un tamaño suficiente y muy por encima de lo visto hasta ahora, sus calles estaban llenas de neozelandeses, de toda clase, raza y condición. Sus edificios estaban llenos de comercios tradicionales y eramos los únicos viajeros por el lugar. Justo lo que andabamos buscando.
El Teatro municipal de Invercargill |
Nos informamos en el i-Site sobre los Catlins, nuestro objetivo en aquellas latitudes, y visitamos las exposiciones sobre animales y objetos antiguos. Además allí puedes ver en los terrarios a varios tuátaras, un reptil casi prehistórico endémico de Nueva Zelanda. Uno de ellos tiene más de 100 años y concibió crías con 104 años. Todo un ejemplo. Dimos un paseo por la ciudad, donde queda algún edificio interesante, nos dimos una ducha en los baños publicos (1 NZD por persona y tiempo ilimitado), comimos en el Domino's una de sus pizzas de 5 NZD y nos reencontramos con el Pack'n'Save para reabastecernos. Llenamos el depósito y fuimos más al sur aún, hacia Bluff. Nada te lleva a este pequeño pueblo portuario salvo dos cosas: el ferry a la Isla Stewart y un cartel con señales de la distancia a varias ciudades del mundo. Después de Cabo Reinga, la punta más al norte de la isla norte, teníamos que ir hasta la punta más al sur de la sur, que aunque no era Bluff sí es aquí donde puedes fotografiar este cartel. Fuimos hasta Fortrose, donde pasaríamos la noche en un aparcamiento habilitado por el Council.
La Southern Scenic Route continúa desde Invercargill hasta Dunedin y a lo largo de ella encuentras varias paradas interesantes, la mayoría saliendo de la ruta principal. La primera que realizamos fue al Waipapa Point, zona de focas y con un bonito faro. Pese a que no había ningún animal al que poder ver, el sitio es agradable. Desde aquí se puede divisar con marea baja los restos de un naufragio del siglo XIX, uno de los muchos que hay en estas costas (lo cual habla de cómo se comporta aquí el mar). Tras aquello llegamos al Slope Point, este sí, el punto más al sur de la Isla Sur. Junto a un faro encuentras el cartel que indica esto, además de la distancia a la que estás del Polo Sur (4.803 km). Del norte más al norte al sur más al sur de las dos principales islas de Nueva Zelanda.
Slope Point, el punto más al sur de la Isla Sur |
La siguiente parada es obligatoria. La bahía de Curio ofrece dos atractivos turísticos principales. En primer lugar, aquí puedes disfrutar de un baño gratuito con los delfines Héctor. Esta especie de delfín vive en esta bahía y acostumbra a acercarse tanto a la orilla que no es difícil nadar unos metros y encontrarlos debajo de ti. Suponemos que los que lo harán será en verano, porque el agua en esta epoca del año no acompaña. El segundo motivo es que aquí existe una colonia de pingüinos de ojo amarillo, aunque no estábamos a la hora adecuada para verlos. Pero aquí también encontramos una de las imágenes más curiosas y apasionantes en nuestro viaje. Junto a la bahía hay uno de los bosques petrificados mejor conservados del mundo. Los restos fosilizados de los árboles de hace 180 milones de años se aprecian con marea baja incrustrados entre las rocas que baña el mar. Cuanto más te acercas y aprecias la madera fosilizada entre las piedras más increíble parece.
Imagen del bosque petrificado (arriba) y detalle de un árbol fosilizado |
El paisaje en esta zona del país está claramente marcado por el viento. La costa está casi ausente de árboles y los que hay están deformados por la acción del aire (o fosilizados). Pero continuando la carretera hacia el interior aparecen los bosques de los Catlins, que dan el nombre genérico al área turística. Su interior lo recorren varios ríos que en su intento de llegar al mar entre las montañas dejan varias cascadas a su paso. Nosotros vimos las de Matai y Purakanui, una muy distinta a la otra, y pasamos de las McLean. Tampoco visitamos las Cathedral Caves (cuevas Catedral), ya que sólo se puede acceder con marea baja (cierra de Junio a finales de Octubre). Paramos en el pueblo de Owaka, donde tomamos algo en un bar para usar el wifi (gratuito si consumes más de 10 NZD y sólo 50 mb). Dormimos al sur, en la Jack's Bay, junto a la playa.
Formas que provoca el viento (arriba) y cascadas Purakanui |
DÍA 21 DE ABRIL: DE LOS CATLINS A DUNEDIN
Aquella mañana nos depertamos con la idea de ver uno de los motivos por los que estábamos aquí: los pingüinos de ojo amarillo. Pero antes anduvimos una media hora desde donde dormimos para ver el Jack's Blowhole, un salto de agua que se produce entre unos acantilados, aunque sólo con marea alta se puede apreciar en su esplendor. Y no fue nuestro caso. Así pues pusimos rumbo al Nugget Point, el último punto de visita de los Catlins antes de seguir hacia el norte.
La carretera que lleva a este punto muere en un aparcamiento desde el que parte una ruta que desemboca en el cabo. A mitad de la ruta puedes oír varios gritos que provienen del mar, a decenas de metros bajo el camino. Son las focas que descansan sobre las rocas y que se intuyen en la lejanía, dando más sensación de libertad que las que habíamos visto en Kaikoura. Cuando el camino acaba se observa el faro y a sus pies los nuggets que dan nombre al cabo, unos islotes que parecen haberse despeñado desde el monte y ahora flotaban sobre el mar. Una de las imágenes más bellas de esta zona del país.
El Nugget Point, una de las postales más bonitas de Nueva Zelanda |
Unos metros antes del aparcamiento se encuentra la bajada a la playa de la bahía de Roaring. Allí un cartel indica la presencia de una colonia de pingüinos amarillos y los horarios a los que se pueden ver, siempre al atardecer, cuando vuelven del mar a sus nidos junto a la arena. Hacía pocos minutos que había pasado el mediodía, así que quedaban aún unas cuatro horas para poder verlos. Fue entonces cuando planteamos dos opciones: irnos y perder la opción de verlos o quedarnos allí, comer y bajar de nuevo a buscarlos. Ganó la segunda.
Cuando te comes una tortilla de patatas todo debe salir. A las tres y media de la tarde, una hora antes de la indicada por el cartel, bajamos poco a poco hasta la playa. Al llegar a la curva que conduce a la caseta de avistamiento nos paramos en seco al ver dos figuras a nuestra derecha, a varios metros de distancia. Era una pareja de pingüinos de ojos amarillos que acababan de salir del mar y se secaban en la orilla. Los pudimos disfrutar varios minutos hasta que se perdieron entre las hierbas. El objetivo estaba cumplido, pero aún faltaba tiempo para la hora punta, por lo que fuimos hasta la caseta. Allí esperamos largo rato. Poco antes de las cuatro de la tarde reconocimos a una foca que dormía entre las hierbas y la observamos hasta que el padre de Ana nos avisó que otro pingüino acababa de salir del mar. Esta vez lo teníamos apenas a veinte metros de la caseta, justo enfrente. Se irguió y abrió las alas para secarlas, posó para nuestras fotos y caminó de manera simpática hasta que se perdió ladera arriba. Ahora sí que nos podíamos ir.
Habíamos visto pingüinos y eso nos impregnó una sonrisa perenne en la cara el resto del trayecto hasta Dunedin. Dormimos en un aparcamiento al sur de la ciudad, junto al pueblo de Brighton, con baños limpios y hasta conexión wifi gratuita 30 minutos. Al día siguiente visitaríamos la ciudad que más nos sorprendería de toda Nueva Zelanda.
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