Kauai, día uno antes del helicóptero

La isla de Kauai. La más occidental de todas las islas, la más alejada y la que más nos iba a marcar. La “isla jardín”, como la llaman, nos iba a deparar el que podemos afirmar como el momento más impresionante de nuestras vidas. Eso ocurriría en nuestro segundo día, pero en el primero comenzó a gestarse todo. Tras nuestro romance con el fuego y el agua de Hawái, tocaba visitar uno de los puntos del planeta donde más llueve.

DÍA 24 DE ABRIL: KAUAI


El vuelo desde la isla de Hawái a Kauai no es directo y eso nos suponía hacer una escala en Maui. De ahí que nuestro primer día fuera con algo más de retraso de lo que había sido la tónica habitual durante el viaje. Aún así nuestro plan para ese día era bastante simple: conduciríamos hasta el comienzo de la carretera que atraviesa el cañón de Waimea, principal visita de la isla. Además, nos tocaba organizar una actividad muy especial: íbamos a sobrevolar en helicóptero Kauai. Recogimos varios folletos informativos de las distintas ofertas (helicóptero o avioneta, vuelos de 45 minutos o una hora, etc.), nos fuimos a un McDonald’s a comer y hablar con la familia y de ahí a preguntar en persona a las agencias.

Las diferentes opciones que manejamos para el vuelo del día siguiente.
Las empresas que realizan vuelos sobre Kauai están localizadas en su mayor parte junto al aeropuerto de Lihue. Hasta ahí fuimos con la intención, en primer lugar, de comparar si queríamos avioneta o helicóptero. La familia de Ana quería regalarle algo inolvidable por su cumpleaños y habían ojeado en las webs el viaje en avioneta, pero nosotros no teníamos claro si queríamos eso o un helicóptero. En las empresas de avionetas nos presentaban sus ventajas: te aseguras buenas vistas porque todos tienen ventanilla y es una opción más económica. En Nueva Zelanda ya habíamos probado el vuelo en avioneta sobre el Doubtful Sound y fue una experiencia que nos gustó mucho, pero también sabíamos que los helicópteros tienen más posibilidades de acercarse a los acantilados o atravesar un cañón.

Después de comparar dos empresas de avionetas nos fuimos a por los helicópteros. La primera que visitamos tenía como sede una pequeña caseta de madera. La mujer que nos atendió no nos vendió bien el producto. Parecía que no le interesara mucho ganar aquellos dólares y nos fuimos a la segunda opción. De momento, era más cara que la anterior, pero es aquí donde interviene el factor atención al público y el factor servicios. El edificio era amplio, con venta de souvenirs, un gran mostrador donde te reciben con una sonrisa y wifi. Touché. La chica que nos informó era de origen filipino y su abuela era española, madrileña, y a todas sus hijas y nietas les había puesto de segundo nombre Madrid. Strike dos. Los helicópteros en los que volaríamos eran un modelo moderno con amplios ventanales donde casi te aseguraban poder verlo todo. Hat-trick. Y para terminar de cerrar la goleada una pareja que acababa de bajar del helicóptero y a la que preguntamos si merecía la pena nos dijo un sí con tal efusividad que no nos hizo pensárnoslo más. Al día siguiente, a las 13:45, volaríamos sobre Kauai con la compañía Blue Hawaiian Helicopters y pagaríamos 249$ por persona, lo cual supone una patada en la entrepierna al apellido de nuestro blog, pero para eso habíamos estado trabajando a bajo cero en el invierno neozelandés.

Después de cerrar la reserva nos dispusimos a visitar la costa sur de la isla. La carretera discurre en su inicio por un valle que deja a un lado la playa de Poipu y te lleva más tarde junto al mar, atravesando pequeños pueblos hasta llegar a Waimea. Es ahí donde comienza la carretera por la que atravesar el cañón del mismo nombre y tener las impresionantes vistas de la costa de Napali. Pero eso lo contaremos en el siguiente post. Este día nos dedicamos a conducir y tener vistas de las playas. Paramos en los restos de un fuerte ruso (Fort Elisabeth), que no nos quitó el sueño, y llegamos hasta  Kekaha, una gran playa donde soplaba mucho viento y las nubes y la lluvia se iban acercando poco a poco. Aún teníamos que buscar el lugar donde dormir, así que nos retiramos.

La lluvia en la playa de Kekaha, ¿iba o venía?
Nuestra primera opción para acampar aquel día era la playa de Lucy Wright, la más cercana al inicio de la carretera para el cañón. Al igual que nos pasara en Maui unos días antes, el lugar no nos dio buena impresión. Estaba muy cerca del pueblo y había gente que no nos generaba confianza, así que seguimos hasta el Parque de la playa de Salt Bond. Mucho más amplio y junto a una pequeña cala bastante concurrida, a aquella hora de la tarde ya eran varias las tiendas allí acampadas. A eso le uníamos un ambiente muy variopinto que, pese a que no lo convertían en un remanso de paz, sí que nos pareció interesante.

En las playas hawaianas es habitual encontrar muchas mesas de picnic y barbacoas para uso libre. Estas zonas se pueden reservar para organizar fiestas, como la que aquel día había en aquella playa. Decenas de hawaianos celebraban el primer cumpleaños de una niña y allí andaban, con sus carnes a la brasa, sus cervezas, sus globos y su música. Junto a ellos dos parejas de ancianos leyendo un libro como si todo aquel alboroto no fuera con ellos. En el aparcamiento un coche con las banderas hawaianas, la oficial y la nativa, y un cartel que rezaba que Hawái “no es americana y nunca lo será”. En la arena parejas, familias, unos niños que intentaban pescar y junto a ellos un mar tranquilo y cristalino.

Independentistas hawaianos dejándose ver.
Estuvimos unos minutos tumbados en la arena y nos fuimos a montar la tienda, que rompió una de las varillas y rajó algo la tela. No pasaría nada si no fuera porque, sin agujeros, ya se nos había calado en el Parque Nacional de los Volcanes y a lo lejos se vislumbraba una manta de agua que tuvo a Ana toda la tarde atenta. Era imposible saber si venía, si se alejaba, si llovería aquella noche o no. Al haber llegado un domingo no habíamos podido ir a la oficina del Condado de Kauai a pagar el permiso (3$ por persona y noche), pero en un email anterior nos avisaron que un guardia pasaría por la noche a cobrarnos, aumentando algo el precio hasta los 5$, como así fue. Vigilamos qué tipo de gente acampaba: dos chicas que llegaron y nos preguntaron cómo lograr el permiso, un matrimonio bastante mayor, una caseta que nunca supimos de quién era, una pareja joven de turistas que estaban a unos cinco metros de la fiesta de cumpleaños, etc. En eso nos gustaba dedicar los minutos: veíamos a la gente, imaginábamos conversaciones o tratábamos de poner cara a nuestros vecinos de tiendas. Nuestra escena favorita la protagonizó un matrimonio sentado viendo el anochecer. Él sopló las velas por su 60 cumpleaños, con un collar de flores al cuello, y permanecieron sentados hasta que la noche lo envolvió todo. La música de la fiesta seguía pero a ellos no pareció importarles. Irradiaban tranquilidad y felicidad. Eso era Hawái. Nada de hoteles de lujo ni cócteles en las manos. Sólo un par de sillas de playa, un pequeño pastel de algún supermercado y un anochecer. Nosotros, a unos metros, cenábamos un sándwich y nos íbamos a la tienda a jugar a las cartas. Así era nuestro Hawái.


Viendo pasar el tiempo y observando a la gente que nos rodeaba (a la izquierda, el matrimonio).
Al día siguiente nos tocaría volar en helicóptero sobre la isla, pero antes visitaríamos el cañón de Waimea y la costa de Napali. Nos íbamos a dormir aún con la música de aquella fiesta de cumpleaños, que poco a poco se iría apagando y llegaría el silencio absoluto que te brinda el poder dormir en una playa hawaiana.

Recuerda que puedes ver todas nuestras fotos de la isla de Kauai en nuestra página de Flickr y todo nuestro viaje de Hawái en este enlace.

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