Llegábamos al aeropuerto de Honolulu después de que Ana pasará la primera parte de su cumpleaños entre Nueva Zelanda y los aeropuertos australianos para volar sobre el Pacífico. Estábamos en Hawái e inmediatamente volvíamos a subirnos a otro avión para conocer nuestro primer destino en el archipiélago: Molokai, la isla tranquila y amistosa, donde no existen los semáforos y ningún edificio es más alto que un cocotero.
DÍA 18 DE ABRIL: MOLOKAI
El simple hecho de volar a Molokai ya supone algo especial desde el momento en que te subes a un avión de dimensiones mucho menores de lo habitual y con hélices en las alas. Y ya cuando aterrizas en un aeropuerto que parece sacado de mitad de la selva amazónica, todo de madera y con apenas cuatro o cinco personas trabajando, sabes que has llegado a un lugar de Hawái que es distinto a todo lo demás. Recogimos el equipaje (nada de cintas electrónicas, sino un trabajador que las deja encima de un mostrador) y fuimos a por nuestro coche de alquiler con la compañía Alamo, la única presente en la isla. Todo mejoraba cuando el coche que habíamos alquilado, de la gama más económica, resultaba ser un Ford Fusión con un maletero en el que podían entrar dos hipopótamos. Nada más salir del aeropuerto una carretera te indicaba qué es Molokai.
Inmediatamente pusimos rumbo a la principal ciudad de la isla, Kaunakakai, que resultó ser una calle con dos supermercados y alguna tienda cerrada. Teníamos que hacer la compra para comer esos días y la sensación que nos dejó la capital de la isla (Molokai pertenece administrativamente al condado de Maui, como Lanai) no era muy positiva: muchas personas con apariencia de pobreza, tiendas cerradas y mucho calor. Además la compra en el supermercado resultó ser más cara de lo que esperábamos, así que había que moverse hacia la naturaleza.
Así recibe Molokai a los conductores: sin prisas. |
Condujimos hacia la zona norte de la isla donde pasaríamos la noche en el camping del Palaau State Park, un parque natural estatal. Desde allí parte una de las principales atracciones turísticas de la isla, la caminata hacia la península de Kalaupapa. Lo único negativo es que, al ser una isla poco explotada turísticamente, estas actividades suelen estar monopolizadas por una única empresa que abusa de los precios. El coste por bajar caminando o en mula durante horas hasta la península es de 50$ o 199$ respectivamente y hay que reservarlo con bastante antelación. ¿Y qué tiene de especial la península de Kalaupapa?
La Península de Kalaupapa a la izquierda de los mayores acantilados marinos del mundo. |
Fue unos años después cuando un sacerdote belga llegó desde Honolulu a hacerse cargo de los servicios religiosos de la colonia. El padre Damien de Veuster realizó los mayores esfuerzos posibles en mejorar las condiciones de vida de los enfermos, ayudando a construir edificios básicos como escuelas o centros de salud. Finalmente murió a causa de la lepra en 1889, dando su vida al cuidado de esta colonia que permaneció activa hasta 1969, siendo beatificado por la iglesia católica en 2009 como San Damián de Molokai y nombrado por la televisión pública belga VRT como el “belga más grande de todos los tiempos”.
Observamos Kalaupapa desde el mirador colocado en Palaau State Park y también los acantilados marinos más altos del mundo, sólo visitables en barco en la época de verano y cuyos precios también podréis imaginar no deben ser precisamente baratos. Antes habíamos visitado la roca fálica, un lugar sagrado para los nativos de la isla.
Condujimos de nuevo a Kaunakakai (apenas unos diez minutos de carretera) para lograr el permiso para dormir en el camping, pero al ser un parque estatal debe realizarse a través de la web (en este enlace os explicamos cómo dormir de camping en Hawái). Preguntamos donde había una conexión wifi en la isla y fuimos a uno de los pocos lugares de acceso público: la cafetería del hospital. Pagamos los 39,60$ por dos noches y allá fuimos, ya casi anocheciendo. Al llegar un abundante grupo de ciervos merodeaba por la zona de acampada, creando el pánico en Ana, que decidió que era mejor dormir dentro del coche para evitar el riesgo de que un adorable cervatillo chocara con la tienda en sus paseos nocturnos.
Ahora se entiende por qué se le llama roca fálica. |
Charlamos con un local de origen portugués que fue a pasear a sus perros, cenamos, jugamos una partida a Uno (un divertido juego de cartas que nos regalaron nuestros compañeros belgas del viñedo) y nos echamos a dormir, esperando al día siguiente recorrer el resto de la isla, a ritmo de Aloha, sin estrés.
Recuerda que puedes ver todas nuestras fotos de Molokai en nuestra página de Flickr y todo nuestro viaje de Hawái en este enlace.
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