Hawái, isla de fuego y agua

La isla de Hawái, la Big Island, nos había dejado una escena donde el fuego se había alzado como el gran protagonista. Sin embargo para nuestro segundo día en la mayor isla del archipiélago el agua se tornaría como el elemento central de nuestra ruta por su costa este. Enormes caídas de agua, la costa del Pacífico y bastante lluvia como contraste al volcán ardiente del día anterior. Porque en Hawái, por si alguien no lo sabía, suele llover y mucho.

DÍA 23 DE ABRIL: HAWÁI


Entre bromas nos habíamos ido a dormir en la zona de acampada del Parque Nacional de los Volcanes pensando en una erupción del cráter que habíamos visitado esa misma noche. Pero la realidad es que nos despertamos pasados por agua después de que una lluvia fina cayera toda la noche sin descanso sobre nuestra caseta, que no estaba diseñada para esas condiciones. Algo nos decía que ese día el agua sería nuestro compañero de ruta.

Condujimos en dirección a Hilo, la principal ciudad de la costa este de la isla, para acudir en primer lugar a las Akaka Falls, unas cascadas localizadas apenas a unos 20 kilómetros al norte de la ciudad. La entrada a la ruta (de unos 45 minutos) cuesta 1$ por persona o 5$ por vehículo si aparcas dentro del aparcamiento oficial (los hay que aparcan fuera y caminan hasta la entrada). A partir de ahí una ruta circular te lleva a dos miradores, uno para ver la catarata de Kahuna y otro para la de Akaka. Si comienzas la ruta por el camino de la derecha empezarás en la Kahuna, más pequeña y que se ve de lejos, y acabarás en la de Akaka, de unos 140 metros de altura. Todo el recorrido te lleva a través de puro bosque tropical y las vistas sobre las Akaka Falls son el colofón perfecto. El agua cae con fuerza desde una altura bastante considerable en un entorno verde intenso. Y lo más increíble es pensar en los Oopu Alamoo, un tipo de pez endémico de Hawái que escala (sí, escala, como lees) la catarata para desovar. Héroes anónimos de la naturaleza.


Arriba, Alejandro un poco empapado con las Kahuna Falls de fondo. Abajo, la Akaka Falls.
A todo esto no había parado de llover y pese a llevar los ponchos habíamos cogido una buena mojada, por lo que paramos en el histórico pueblo de Honomu a tomar un café y un dulce junto a sus bonitos edificios al estilo colonial. Continuamos conduciendo en dirección norte y disfrutamos una vez más del agua en varias de sus vertientes. A la derecha la inmensidad del Pacífico nos acompañaba a corta distancia, pero a nuestra izquierda atravesábamos diferentes ríos y arroyos que sobrepasábamos gracias los numerosos puentes de la ruta. En casi cada uno de ellos disfrutábamos de las vistas de un valle plagado de vegetación tropical y alguna cascada. 

Nuestro siguiente destino sería el mirador sobre el valle de Waipio. Allí donde muere la carretera se encuentra este enclave histórico para la población nativa, el valle del río Waipio, encajado entre acantilados. Desde el mirador, situado en alto desde la orilla este de la desembocadura, sólo se puede ver parte del valle y sobre todo los acantilados de la orilla oeste. Pero existe la posibilidad de bajar al pueblo de Waipio, caminando o en coche 4x4, para realizar un camino bastante empinado de unas dos horas ida y vuelta para ver el valle desde abajo. Nosotros preferimos continuar nuestro camino hacia el interior de la isla, a ver si así nos alejábamos algo del agua.

El mirador sobre el valle de Waipio
Para bajar de nuevo hasta Hilo decidimos, con el consejo de un local que nos informó sobre el valle, hacerlo por el interior y abandonar la costa. Sabíamos que sólo visitaríamos la zona de la isla más cercana a Hilo, dejando la parte de Kona (la otra gran ciudad, donde durante semanas antes habían sido detectados casos de dengue) y la zona norte para otra ocasión. Pero queríamos ver de cerca el volcán Mauna Kea, el más alto del país, y que pasa por ser la montaña más alta del mundo. ¿Pero no era el Everest? Todo tiene su explicación.

El Mauna Kea tiene exactamente 4.207 metros de altitud desde el nivel del mar, que son muchos menos que los picos del Himalaya o los Andes. La única diferencia con ellos es que el Mauna Kea no nace desde un continente, sino que al ser un volcán lo hace directamente desde el fondo marino, que está a 6.000 metros bajo el nivel del mar, lo que hace que este volcán, cuya cima suele estar cubierta de nieve, tenga una altura total de más de 10.000 metros, el más alto del mundo. A veces no está mal leer los carteles informativos mientras alguno está en el baño. Después de aprender esto condujimos alrededor del volcán, bordeándolo primero de este a oeste por su vertiente norte y después de oeste a este por la sur. Por el camino el paisaje cambió hasta convertirse en un desierto absoluto, aunque a veces el agua no nos abandonaba y caían algunas gotas de lluvia. Otras veces atravesamos un enorme paisaje de lava solidificada. Decidimos no subir a la cima porque, como no podía ser menos, llovía a mares.

La lava solidificada y las densas nubes que nos acompañaban 
Estábamos llegando a Hilo para dormir en el camping que habíamos reservado esa misma mañana cuando tomamos la decisión de seguir viendo agua. Por eso fuimos hasta la Rainbow Falls, la catarata Arcoíris, a las afueras de la ciudad. El principal atractivo de esta cascada es que en días soleados se puede ver un pequeño arcoíris formado en la cavidad trasera a la caída de agua. El salto, de poca altitud y mucho caudal, no nos regaló los colores que le han dado nombre, pero sí pudimos disfrutar de un rincón que nos pareció de lo más espectacular que vimos en Hawái. Junto a la cascada, saliendo unos metros del camino marcado, aparece un claro bajo varios ficus bengalíes, una especie bastante común en el archipiélago, pero que hasta ese momento no habíamos visto en esa dimensión. Aquellos árboles eran enormes, de decenas de metros de alturas, y de sus ramas bajan otras más pequeñas hasta el suelo, enterrándose bajo la tierra. 


Arriba, las cataratas Arcoíris, sin arcoíris. Abajo, los ficus bengalíes, con cientos de ramas cruzadas.
Allí pasamos un buen rato disfrutando del lugar, pensando en que lo mejor de la catarata Arcoíris no era ni la catarata ni lo era el arcoíris. Antes de volver a Hilo subimos hasta las Peepee Falls, en el mismo río Wailuku, donde en días de mucho caudal sus aguas burbujean, como si estuvieran hirviendo, y de ahí su nombre, las Boiling Pots (ollas hirviendo). No nos bastaba con agua en tantas formas que ahora la queríamos hirviendo. Pero al igual que con el arcoíris no hubo forma. Pese a todo la visita merece la pena. Ahora sí, tocaba ir a Hilo a montar la tienda y dormir.

Las Peepee Falls, o Boiling Pots (Ollas hirviendo).
Llegamos al camping con tiempo para que la tienda pudiera secarse de la noche anterior, pero si pensabais que el agua no volvería a aparecer en escena en este capítulo estabais muy equivocados. Cuando estábamos empezando con la ingeniería de la tienda cayó una tromba de agua de casi una hora que nos obligó a ponernos bajo techo y plantearnos si dormir o no al aire libre aquel día. Después de pensarlo bien y considerar que dormir en una cama no era mala idea, pagamos una habitación en el propio camping y alejarnos por unas horas del agua. Así también podríamos volver a tomar una ducha de agua caliente cinco días después, que aunque estemos en Hawái también se agradece.

Se nos acababa nuestra esta estancia en la Big Island y a la mañana siguiente volaríamos hasta el extremo occidental del archipiélago, a la isla de Kauai, el punto del planeta donde más llueve. No sabíamos si el agua nos seguiría acompañando al día siguiente en otra isla, pero sí que estábamos a punto de descubrir nuestro lugar favorito de todo Hawái.

Recuerda que puedes ver todas nuestras fotos de la isla de Hawái en nuestra página de Flickr y todo nuestro viaje de Hawái en este enlace.

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